Me parece muy bien que cuando dos personas se citan para darse una alegría a los cuerpos porque se han conocido en un bar, a través de alguna moderna aplicación o porque son amigos con derecho a roce no quieran pensar en otras circunstancias de sus vidas. De hecho deberíamos ser capaces de separar las rutinas de los placeres. Pero también entiendo esas otras ocasiones en las que dos desconocidos que han quedado para un encuentro íntimo aprovechen ese momento para charlar de sus cosas, para ir un poco más allá y entrar en la verdadera intimidad que supone el contarle a alguien nuevo los problemas y situaciones que te preocupan de tu día a día. Muchas veces resulta más fácil volcarse en alguien que no es de tu círculo habitual. El problema real sucede cuando cada persona tiene unas necesidades y buscan cosas diferentes. Que es justo lo que me pasó la última vez que quedé con un chico.
Nos conocimos a través de un amigo común. Y aunque en un primer momento no me llamó la atención físicamente, a la tercera caña me empezaron a gustar su ironía fina y su sentido del humor. Y ya fuera por mis ganas de reírme o porque llevaba semanas sin sexo, para la copa ya estábamos los dos solos en el salón de mi casa. Se mostró rápido y divertido para desnudarme sin muchos preliminares. Eso me gusta y me apetece cuando no conozco mucho a mi pareja pero me excita lo suficiente. Así que no tardó nada en colocarse protección y en moverse dentro de mí. Yo solo había tenido tiempo a disfrutar de un orgasmo cuando su cháchara divertida comenzó a cambiar de tono. De repente y aún con su miembro duro metido en mi interior, se estaba acordando de cuánto tardaba su ex novia en llegar al clímax y de lo poco que jadeaba a diferencia de mi. Y uno tras otro tuve que escuchar todo un rosario de detalles de lo bien y lo mal que follaba la chica que le había dejado tirado dos semanas a antes.
Tan enfrascado estaba en su conversación que sin haber llegado al final, su excitación se vino abajo o por decirlo de otro modo, se ablandó. Sin ninguna dignidad ni reparo se puso a gimotear y pasamos, tal cual estábamos desnudos en la cama, al momento terapia. De entrada le escuché, le consolé como pude y le preparé una tila.
Una hora después, mis ganas de sexo con aquel tipo quejumbroso se habían esfumado. Y la idea de pasarme el resto de la noche haciéndole terapia no me resultaba atractiva en lo más mínimo. Así que con toda la diplomacia que pude lo eché de mi piso. Porque yo cuando me llevo a alguien a casa para pasar una noche de pasión es para eso. Tengo muy claro lo que quiero. La psicología nunca fue mi fuerte, no estoy capacitada para tratar a gente con problemas. La única terapia que puedo hacer es sexual y a nivel usuario. Y si no es eso, pues nada. Con todo, antes de marcharse me pidió el teléfono para quedar otro día, a lo que como comprenderéis no accedí. Pero le pasé el de una amiga psicóloga que le va a venir muchísimo mejor. ¡Al fin y al cabo soy buena persona!