La hora de la salida es un verdadero caos en el colegio de primaria que hay en mi calle. Si no me doy cuenta de la hora que es y cojo por esa calle con el coche ya puedo tener en la radio alguna buena emisora que me entretenga con canciones que me sepa de principio a fin, porque ya sé que me toca caravana de padres o esperar a que quien haya dejado el coche en doble fila termine de repasar con la profesora en la puerta cómo le ha ido el día a su hijo. Yo en realidad no tengo que soportar ese suplicio a diario pero algunas veces tengo que ir a buscar al hijo de mi amiga María cuando a ella le surge algo de última hora en el trabajo. Sin embargo esto no me molesta en absoluto porque suelo ir preparada y dispuesta a relacionarme. Porque la puerta de un centro escolar es un sitio estupendo para ligar: y lo digo así con todas sus letras. Muchos papás divorciados, con una media de edad aceptable, y de todos los estilos. Un lugar fantástico también para tantear a las nuevas generaciones. Que no olvidemos que en esto de las relaciones la edad no debe ser nunca un obstáculo.
Ya le había echado un ojo a dos o tres muchachos en las últimas veces que había tenido que ir, y el anzuelo a uno en concreto muy rubio y alto con el que me había llevado charlando la semana anterior más de una hora después de que salieran los chicos. Era por eso que yo contaba con que de hoy no iba a pasar. Lo complicado en realidad, es convencer a alguien allí para quedar después, con todo el ajetreo que supone la agenda de actividades de un infante en estos tiempos que corren. Pero este, para mi fortuna tenía mucho más tiempo antes, y solía pasar por el bar de enfrente a tomar un café mientras esperaba. Por eso habíamos quedado con la antelación suficiente para compartir en el bar el rato de espera. Y como en estos casos no se puede andar perdiendo el tiempo, mi propuesta fue tan cómoda como directa, y aprovechando lo cerca que vivo al llegar al local le invité a tomar el café en mi casa.
Una vez sincronizadas las alarmas de los móviles para no llegar tarde al colegio, que parece mentira que a ciertas edades tengamos aún esta frase en la boca, y teniendo claro que aceptando mi invitación aceptaba mucho más, no le di tregua para que me explicase nada de cómo llevaba su hijo preparado el examen del día y directamente en el ascensor ataqué con las mismas ansias que los niños asaltan el sándwich del recreo. ¡Y hay que ver cuánto pueden cundir tres cuartos de hora bien aprovechados! Los besos preliminares en el ascensor junto con unas risas; en lo que vas abriendo la puerta te vas quitando el abrigo y desabrochándote; y ya en el pasillo de la entrada puedes pasar del tirón al sexo oral para ir animando la cosa. De ahí al sofá, y del sofá a la cama ya fue todo mucho más rápido. Para cuando nos quisimos dar cuenta, lo único que no nos había dado tiempo a hacer había sido el café. Todo lo demás quedó perfectamente resuelto e incluso algunas cuestiones repetidas veces.
Una experiencia muy satisfactoria para los dos y mucho más divertida y entretenida que estar pasando el rato en la puerta del colegio hablando de cuánto comen o cuánto estudian nuestros niños. De hecho esta tarde cuando le he llevado el niño a María ya le he insistido en que a la mínima ocasión en que vea que no va a llegar a tiempo a buscarle, no tenga ningún reparo en llamarme para que vaya yo.
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