El finde pasado Pablo y yo nos citamos en la casa que tienen sus padres en la sierra para jugar a las películas. Y aunque pueda pareceros un plan muy tonto de sábado noche para una pareja joven y con mucho furor hormonal, desde ya os digo que no es como lo estáis pensando. Nosotros jugamos con muchísimo realismo. Cada uno escoge una peli y un personaje y lo desarrolla durante todo un día y, al llegar la noche, dejamos que fluya la magia y se deshaga la tensión sexual, si la hubiere. ¡Y por supuesto que siempre la hay! ¡De eso se trata, de ir creándola!
Yo escogí a Marilyn Monroe en Con faldas y a lo loco y él a Indiana Jones en la primera de la saga, por aquello de que estaba más joven y deseable. Así que me llevé varios modelitos con los que disfrazarme lo más parecida a ella a lo largo de todo el metraje, peluca incluida. Pablo, por su parte, estaba radiante vestido como un explorador valiente y seductor. Con aquella camisa desabrochada, el gorro y la barba descuidada de tres días, que tan poco le pegaba, había tomado un aspecto muy diferente del que solía llevar a diario. O a lo mejor, lo que me llamaba más la atención era el látigo, con el que estuve fantaseando todo el tiempo.
Pasamos todo el día hablando como nuestros personajes, imitando los acentos, las frases hechas de sus pelis y lanzándonos miraditas y besos de cine. A cada vestido que yo lucía, mi novio más se emocionaba. Y es que hay que reconocer que esas faldas ceñidas de tubo que se llevaban hace décadas le sientan fenomenal a mis caderas. Tanto o más que las transparencias sobre el pecho sobredimensionado del wonderbra. Si acaso lo que más despertó la libido de Pablo fue aquel tono rubio, que jamás habría imaginado en mi pelo, ya que le hizo mirarme como si realmente fuera otra y desearme con novelería.
Cuando llegó la noche, tras la cena, y la acordada hora de pasar a mayor acción, me lancé a besar a mi Indiana con verdaderas ganas mientras le iba susurrando al oído frasecitas de mi personaje entonadas con la misma cadencia y dulzura excesiva que utilizaba la diosa rubia. Sin embargo Pablo dio un pequeño respingo al escuchar cómo le pedía que me bajase la cremallera y me quitase la falda para azotarme fuerte con su látigo. Al principio pensé que se había asustado porque se lo hubiera tomado en serio y hubiese creído que yo quería terminar sangrando bajo su violencia. Pero al revelarme que no me veía en ese papel tan sumiso de rubia dócil, nos echamos a reír y decidí cambiar los roles. Con mi peluca rubia bien asentada, me subí la falda hasta la cintura, y sujetando su látigo con firmeza di un golpe fuerte en el suelo para, acto seguido, ordenarle que se quitara toda la ropa menos el sombrero. Eso hizo que Pablo se viniera arriba, muy arriba, y enseguida se estuviese luciendo de pie, desnudo y empalmado delante de Marilyn. No tuve más remedio que dejar el mimoso tono de voz que había estado utilizando todo el día y, dando un grito de satisfacción y otro latigazo, lanzarme a reconquistar todos los rincones de mi aventurero. Y con un «¡Tú sí que deberías estar en un museo!» por su parte, rematamos aquel fin de semana entre disfraces.
Así que yo lo tendré en cuenta para la próxima vez que tenga que escoger un papel a la hora de jugar, ya que he comprobado que ni siquiera vestida como otra persona se puede gustar siempre a tu pareja. Al fin y al cabo, «¡nadie es perfecto!».
2 comments
Efectivamente, nadie es perfecto. Para mi el mejor final de una película, en este caso fue en «Con faldas y a lo loco».
Dicho esto, la imaginación al poder, y por supuesto también en las relaciones sexuales. Si no, estamos abocados a un sexo cotidiano y aburrido que conduce a…nada.
Felicidades por el artículo!
Un saludo
Carla Mila
¡Es que el juego y la imaginación en el sexo son muy importantes!