Quienes practican el intercambio de pareja cuentan la gran conexión y complicidad que se crea entre ellos. ¡Al menos eso es lo que le dice a Amy LaBelle de este juego su prima Delia!

Fueron las incontrolables gotas de sudor que le caían por la frente así como por toda la columna vertebral lo que la hicieron darse cuenta de cuánto le había gustado aquella sesión de sexo pactado. A lo mejor saber que su marido miraba de cerca mientras disfrutaba con otro era lo que la excitaba verdaderamente. Pero no era capaz de distinguirlo. Eran demasiados estímulos externos y muchas las nuevas sensaciones que después de tantos años de rutina podían hacer maravillosa cualquier experiencia diferente. Aunque la realidad era que si pensaba en su primera reacción ante aquella descabellada idea, en esos momentos lo único que podía hacer, además de terminar de vestirse, era reírse.

Mi prima Delia no dio crédito a la propuesta que le hizo su marido aquella noche de un sábado como otro cualquiera.

En principio porque venía de él que no acostumbraba a hablar nunca de esos temas aunque era un hombre muy pasional y con el que lo pasaba muy bien en la cama. Pero sobre todo porque el pensar en personas desconocidas teniendo sexo con ellos, incluso todos a la vez, era una idea que le producía a la vez rechazo, sorpresa, risa, celos, desconcierto y varias cosas más, la mayoría negativas.  Pienso que verdaderamente no se lo creyó del todo hasta que me lo contó a mí y se escuchó expresándolo en voz alta. Claro que había oído hablar muchas veces de los locales de intercambio de pareja: en la tele, a los amigos, en artículos de revistas para mujeres, y en algunas páginas que por casualidad había descubierto en Internet. Pero estaba convencida de que aquello iba destinado a parejas más jóvenes que ellos, ya metidos en los cincuenta, y que hubieran tenido otras experiencias de ese estilo. Cuando yo le expliqué que a esos sitios iban todo tipo de personas y que lo único que hacía falta era tener ganas de verdad y que tanto ella como su marido estuvieran de acuerdo y se pusieran unas normas mínimas, se lo pensó más despacito. El aburrimiento puede hacerte valorar muchas cosas sobre las que crees tener prejuicios.

Ilustración de Francisco José Asencio Ibáñez.

Y de ese modo la vergüenza con la que los primeros días entró en aquellos locales fue mutando en libidinosa curiosidad por ver qué encontraría a cada nueva ocasión. En la primera sala de intercambios, pasaron varias horas hasta que se decidieron a traspasar las cortinas rojas que separaban la zona de baile y copas de las salas de sillones. Habían acordado que aquel primer experimento lo llevarían a cabo con otra pareja hetero y sin llegar a la zona de camas. Para Delia fue muy excitante aliviar sus ganas abrazada a un hombre con una complexión diferente a la que estaba acostumbrada. Incluso se descubrió disfrutando al oír como su marido jadeaba mientras penetraba a otra mujer tumbada desnuda en el sofá.

Para la segunda vez, ambos se sentían ya más libres y con más ganas de tocar y ser tocados con lo cual apenas se pusieron reglas. Ella disfrutaba con la semioscuridad y la clandestinidad del local. Veía la excitación en los ojos de su marido al verla gemir por las caricias que otra lengua conseguía en su sexo y eso aumentaba su deseo de seguir exhibiéndose para él. Su primera relación con una chica le gustó tanto que casi siempre empezaba besando a otras mujeres.

Y así fue como Delia se encontró una noche tras otra sorprendiéndose gratamente con aquellos juegos. Vivía su sexualidad plenamente mientras compartía su cuerpo con una o más personas a la vez. Se divertía con la cantidad de opciones y las facilidades para participar en fiestas de intercambio en su ciudad. En definitiva, mi prima disfrutaba tanto, que desde aquel día ella y su marido se convirtieron en auténticos “swingers”.

Ahora es Delia la que me asesora y me tiene perfectamente al día de locales y tendencias en intercambios. Están registrados en diversas páginas de Internet y, según me cuenta, su relación matrimonial se ha fortalecido mucho. Los sentimientos se quedan en casa, y por supuesto ni sus hijos ni sus amigos más íntimos conocen nada acerca de esta nueva parcela de sus vidas. Y yo admiro mucho a mi prima, porque un día se decidiera a darle este giro a su acomodada vida sexual. A mí sin embargo no sé si algún día me convencerán mis propios argumentos y me parecerá lo suficientemente interesante como para atreverme con ello. Mientras seguiré disfrutando con las aventuras que me cuenta Delia.

 

 

 

 

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