¡Qué bonito es el principio de una relación en cualquier circunstancia! ¿Verdad que sí?
Mi amiga Carmen, una señora que conocí en unas clases de pilates el poco tiempo que estuve porque ya sabéis que yo no soy muy dada al deporte, con sesenta y siete años y después de dos maridos, decidió un día que quería volver a tener pareja. Se había apuntado en una página de ligoteo para gente mayor, como decía ella, porque Tinder no le ofrecía confianza para lo que estaba buscando. Y allí, tras un par de salidas a cenar con unos señores que la aburrieron muchísimo, encontró otro que la ilusionó.
Como ella es muy activa, lo primero que le gustó de él fue que le encantase el campo y practicase el senderismo desde siempre. Eso hacía que al menos no fuera un jubilado barrigón, lo cual le dio muchos puntos. Era un señor divorciado, coqueto, que se teñía, se afeitaba a diario y vestía de manera impecable, aunque por lo visto cuidaba su apariencia ahora mucho más de lo que lo había hecho en su juventud. Eso es parte de lo que consigue la motivación por encontrar pareja a cualquier edad: que te trabajes más el aspecto físico. Aunque a Carmen lo que la engatusó en realidad fue su labia. Era muy dicharachero y divertido. Siempre tenía algo que contarle: sobre su vida laboral, sus hijos, las noticias del día o las excursiones que había hecho por distintos países con su grupo de caminantes.
Carmen también descubrió una nueva ilusión el primer día que se besaron.
Ella fue la primera en lanzarse porque siempre le había gustado mucho dar besos. Pero cuando Alejandro, que así se llamaba, frenó sus ansias de lametones para deleitarse en comerle la boca despacito, sintió correr por todo su cuerpo un calambre que no recordaba haber sentido antes. Y en ese momento, su temida reacción menopáusica ante los estímulos carnales la desconcertó. De repente se acordó de un noviete del instituto que la había hecho sentirse así con un morreo similar. Y eso la animó a querer descubrir si aquel hombre iba a ayudarla a recuperar su abandonado placer. A Carmen siempre le había gustado el sexo, pero estaba convencida de que nunca había llegado a disfrutarlo como ella creía que tenía que ser. Ese sexo salvaje, apasionado, con esas ganas de repetir que les quedaba a algunas de sus amigas, según le habían contado de joven. Sus dos maridos habían sido muy tranquilos en la cama. Buenos, rutinarios, incluso generosos pero no especialmente pasionales.
El día que quedaron para tener su primer encuentro carnal, cuerpo a cuerpo, Carmen iba tan ilusionada como si fuera a verse en una cita furtiva con el guapo del barrio. Eso sí, cada uno pertrechado con las armas necesarias en sus circunstancias, para rendir y disfrutar bien a partes iguales. Ella con un lubricante nuevo sin hormonas, de sabor a fresas y champán, y él con su pastillita azul dispuesto a sacarle todo el rendimiento. Con tan buenas disposiciones por ambas partes y las ganas de pasarlo bien, enseguida entraron en calor. Pero Alejandro guardaba todavía una sorpresa para Carmen, y tras preguntarle si la dejaría que la atase, sacó unas esposas con plumitas negras y la esposó a la cama. Se tomaron su tiempo para vivirlo con intensidad, se rieron, disfrutaron y congeniaron estupendamente.
Últimamente Carmen solo se queja de que sus cuerpos no les responden con la frecuencia que sus cabezas les piden sexo, pero que consiguen adaptarse y encontrar diferentes formas de darse placer y recrearse el uno en el otro, en medio de las sesiones más salvajes. Pero, además, también salen con frecuencia a respirar aire puro caminando por la sierra, ven series juntos y se ilusionan haciendo planes para el día siguiente.