Amy siempre había soñado con quedarse encerrada en unos grandes almacenes. ¿Se hara su sueño realdiad? Te lo cuenta en este post.

Siempre había soñado con quedarme encerrada en unos grandes almacenes.

Ya de pequeña, mi hermana y yo jugábamos a que nos pasaba y corríamos por la casa de mis padres simulando entrar en distintos departamentos incluidos los ascensores que nos llevaban de unos a otros y que normalmente era el baño de casa. Dibujábamos letreros con los nombres de los espacios, o agrupábamos los muebles en los rincones de los dormitorios para convertirlos en las zonas de venta. Por eso cuando mi amigo Rafa que trabajaba de vigilante en unos grandes almacenes me dijo que me iba a invitar a pasar una noche especial que nunca olvidaría, y echó el cierre a la puerta principal del edificio, un agradable cosquilleo me corrió desde los pies a la cabeza, obligándome a esbozar una amplia sonrisa.

El edificio tenía una amplia terraza de verano muy de moda aquel año a la que se accedía curiosamente por la puerta de la tienda, y desde ahí por las escaleras hasta lo más alto. A la hora que yo llegué sólo quedaba abierto ya un pequeño acceso de salida porque era muy tarde, pero el compañero de mi amigo que esa noche hacía la guardia nos dejó pasar sin problemas. Intuyo, que a cambio de algún otro favor similar que Rafa le habría hecho.

Nuestra aventura comenzó por la Planta Baja: complementos, decoración y menaje del hogar, con los preliminares más divertidos. Jugamos a escondernos como dos críos, y cada vez que nos encontrábamos nos comíamos a besos y nos tocábamos con ganas. En uno de esos juegos salí corriendo escaleras arriba hacia la planta superior donde las prendas de caballero y señora aparecían por todos lados mientras las nuestras desaparecían a la velocidad que nos permitía el equilibrio para no caernos mientras nos desnudábamos. Vernos dando carcajadas por los pasillos de pijamas, o probándonos elegantes trajes del sexo contrario, no dejaba de aumentar nuestras ansias por conquistar el cuerpo del otro. Rafa había escogido un buen lugar donde hacer que una noche de pasión no se hiciera rutinaria. Menos mal que en la segunda planta, se encontraban los muebles de una gran casa y pudimos ir probando los distintos sillones y colchones para empezar a desfogarnos y disfrutar de verdad de la noche. Aprovechamos todo el mobiliario de aquel hogar simulado para experimentar con distintas posturas y saltar de uno a otro entre risas retándonos a aguantar y a continuar dándonos placer sin prisas.  No fue hasta que llegamos a la tercera planta que no me fijé en la hora. Varios relojes de las diferentes cocinas y baños de esa área marcaban momentos tan dispares que tuve curiosidad por mirar mi móvil para conocer la hora real. ¡Muy tarde! Y con él ya en la mano, perseguí a Rafa por todas las placas de ducha buscando fotografiarle el culo en distintas perspectivas. Cuando llegamos a la cuarta y última planta, la de música, libros, informática y tecnología, nos llevamos la agradable sorpresa de saber que era la zona donde se vendían los juguetes eróticos más modernos y los más novedosos del mercado. Por lo que no pude resistirme y ante la perplejidad de mi amigo decidí que debíamos probar lo último en vibradores de doble uso. Un artículo que Rafa desconocía por completo y que esa noche decidió “comprar” para seguir descubriendo con más tiempo todos sus beneficios.

Agotados de correr y de corrernos por la tienda más veces de las que conseguimos recordar, volvimos a la segunda planta y en la única cama que estaba vestida y cubierta con un maravilloso edredón de corazones, nos acostamos a descansar, no sin antes activar todas las alarmas posibles de los móviles. En unas pocas horas las puertas de los almacenes se abrirían, y antes, tendríamos que deshacer lo andado para encontrar nuestras ropas y salir dignamente vestidos sin que a Rafa pudiera caerle una sonora bronca o incluso un despido. ¡Al fin y al cabo aquella era una tienda de verdad y no mi dormitorio ni el de mi hermana!

 

 

*  Ilustración de Francisco Asencio

 

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