¿Te gusta ser observado por los demás durante tu actividad sexual? ¿Hacerlo en sitios públicos? ¿Y si es tu pareja quien te mira? Esta parafilia aunque es más conocida en su vertiente desagradable que es aquella en la que alguien te muestra sus genitales sin tú esperarlo y sin tu consentimiento, es el exhibicionismo y, sin embargo, puede formar parte también de nuestras juegos sexuales más corrientes.
En ocasiones podemos sentir un potente deseo de que nuestra pareja nos observe mientras nos tocamos, mientras nos masturbamos buscando nuestro placer, y siempre y cuando después, aceptemos en el juego dar satisfacción a la otra parte, será otra forma estupenda de excitarnos juntos. Lo negativo solamente se encontraría en el egoísmo. En el sexo no se debe ser egoísta. Obviamente si hablamos de sexo compartido. Porque en el caso de querer disfrutarlo a solas, hay que serlo y mucho. Pero volviendo a los momentos sexuales de más de una persona os contaré el encuentro que tuve con un chico al que me acerqué tras una interesante conversación entre amigos sobre fotografía.
Antes de que me decidiera a acompañarle a su casa, ya habíamos tenido ocasión de tomar algo solos y me había hablado calurosamente sobre la que era su pasión y a la vez su actividad profesional. Habíamos charlado sobre el erotismo de algunas imágenes, el exhibicionismo de algunos modelos, y lo divertido de descubrir el cuerpo de una persona a base de fotografiar trozos de su anatomía. Con todo aquello como preliminares, yo estaba convencida de que al llegar a su estudio, el juego con la cámara y el morbo estarían asegurados.
Lo primero que hizo sin tan siquiera besarme al cruzar la puerta, fue desnudarse. Aquel morenazo tenía el cuerpo atlético que yo había intuido tras la camiseta ajustada y los pantalones ceñidos, además de un imponente miembro incluso sin erección. En seguida, y rozándome continuamente con su cuerpo desnudo y fibroso, pasamos a una gran habitación en la que me enseñó cómo utilizar una cámara que tenía apoyada en un trípode. Me dijo que le hiciera muchas fotografías, todas las que quisiera, cuantas más mejor, mientras que él iría posando sobre un fondo blanco y muy bien iluminado en el que tenía una silla negra y de respaldo alto. En un primer momento el juego me pareció terriblemente excitante. Yo notaba ya la increíble humedad de mi sexo y mis ganas de sentarme sin bragas sobre él iban creciendo a medida que, con los clicks de mis fotos, sus posados se hacían más y más sugerentes. Comenzó a tocarse. Miraba fijamente al objetivo y en su rostro se iban sucediendo los diferentes gestos provocados por el placer auto concedido. Mi ansiedad porque folláramos ya luchaba por contenerse, pero él seguía cambiando sus posturas sobre aquella silla mientras se masturbaba sin descanso. Algo ya me estaba resultando chirriante y yo no veía llegar el momento de mi participación. Entre gemidos y jadeos me ordenó con un grito que no dejase de hacerle fotos. Y antes de que pudiera darme cuenta ya tenía unas instantáneas estupendas de su momento de clímax y su orgasmo. Me lancé de inmediato hacia él con la necesidad de ver recompensado mi trabajo amateur y, sobre todo, buscando compartir aquella satisfacción hasta ese minuto unilateral. Pero sin ningún tipo de interés ni atención por la mía, agradeció con buenas palabras mi actuación al otro lado de la cámara y me despachó con rapidez tras limpiarse comentando, eso sí, que me haría llegar alguna de las mejores fotos de su miembro erecto por whatsapp.
Todavía, una semana después, creo que todo el mundo a mi alrededor lee en mi cara el asombro y la incredulidad que me produjo aquel encuentro. Definitivamente hay un tipo de exhibicionismo con el que no me quiero volver a cruzar.