¡Cuánto me gustan a mí las fiestas de los pueblos! Por supuesto si es alguno con el que mantengo alguna relación afectiva directa por la gente que pueda conocer en ellos, mejor que mejor! Es por eso que, terminando el verano, me encanta dejarme caer por todos esos sitios y disfrutar de las actividades que se programan ya sean bailes folclóricos, concursos gastronómicos o conciertos.
Al hilo de esto último, quiero aprovechar para reivindicar mi condición de groupie eterna. Porque parece que cuando pasas los dieciocho ya no tienes edad de correr detrás de los grupos de moda. Cierto es también que con la edad que me ronda ya, que es una edad muy estupenda para el maravilloso cuerpo que me acoge, los grupos de moda actuales no tienen ningún interés para mí, por lo que me mantengo fiel a los que en mi adolescencia me hicieron vibrar. Y eso, además, me asegura que sus cantantes tengan la edad adecuada para mis intenciones. Confieso que hay más de un músico, los bajistas sobre todo siempre han sido mi debilidad, que todavía recuerda mi buena disposición y mi entusiasmo durante las fiestas populares. Así que en estos días ya he tenido una primera estupenda experiencia con un chico que siempre me gustó mucho pero con el que mi amiga de correrías se me adelantaba siempre. Sabiendo donde tocaba me busqué la vida y tiré de contactos para hacerme con un pase vip de escenario, por supuesto sin llamarla, y ya sin competencia, conseguí acceso directo a su instrumento. Como no me cuesta dar conversación, ni mostrar mi interés real y conocimientos por el mundillo de la música, enseguida atrapé su atención. Me invitó a beber del reducido catering al que tenían derecho por contrato, y no queriendo perder el tiempo, le propuse echar al resto de la banda del pequeño camerino en el que se encontraban. Ni que decir tiene que ciertas palabras dichas casi en susurro, muy de cerca, al oído de un hombre al que además le estás tocando el culo insistentemente con la mano metida en sus vaqueros, son muy eficaces. Lo bueno de la gente de los pueblos es que suelen ser muy acogedoras y les gusta agasajar a todos los visitantes, aún más si son famosos. Con lo cual, sus compañeros no tuvieron ningún reparo en salirse a la plaza mayor y empezar a mezclarse con los habitantes para disfrutar de lo lindo de los bailes tradicionales.
Yo desde luego lo pasé mejor que bien. La tremenda emoción inherente a ser adicta a un grupo musical y encontrarme en aquel momento follando con uno de mis músicos favoritos era insuperable. Eso, unido a la excitación de estar encerrados en una pequeña caseta y a la fogosidad de mi pareja estaba convirtiendo este primer asalto popular en uno seguro para recordar. Sin poder quitarse los vaqueros, por culpa de unas estrechísimas botas con tachuelas, y sudando tras un concierto extenuante, mi bajista se las apañaba perfectamente para moverse rítmicamente al ritmo de “Paquito, el chocolatero” que sonaba ya de fondo mientras yo le iba jaleando entre risas apoyada en la mesa de los aperitivos.
Tuvo que ser un polvo rápido porque la empresa de limpieza necesitaba entrar a hacer su trabajo y dejar el camerino preparado para los artistas de la noche siguiente, por lo que tras una sesión más corta de lo que yo habría deseado, nos atusamos un poco y salimos a disfrutar de la noche y el baile con el resto. Sigo manteniendo que la música y el sexo combinan muy bien sean del estilo que sea.
¡Y aún me quedan más fiestas por las que pasarme! Ya os iré contando.