No recordaba yo que su mayor habilidad era con las manos. Tenía unos dedos especialmente entrenados para presionar con los de una mano lo justo mis pezones y con los de la otra encontrar la curvatura perfecta para llegar hasta mi punto g. Pero el cuerpo enseguida se adapta a lo bueno y, como si de volver a montar en bicicleta se tratase, recuerda hasta el último movimiento que hay que hacer para acoplarse al ritmo de un antiguo noviete y disfrutar del sexo como si no hubiera un mañana.

Es otro de los aspectos positivos que tiene el recorrerse las fiestas de los pueblos en los que conoces gente. Y yo tengo muchos amigos y muchos ex novios a los que no está mal poder visitar una vez al año o cada dos, según me lo pida el cuerpo. Lógicamente hay algunos que ya están vetados por diferentes circunstancias, casi siempre matrimonios o una monumental bronca al final de nuestra relación insalvable incluso después de muchos años. Pero a todos los demás me gusta darles una oportunidad de volver a las andadas. Es lo que había estado haciendo con Juan la semana pasada, y ahora tenía en mente pasarme a visitar a Pedro. Además en su pueblo las migas eran protagonistas de todas las fiestas y en el caso de que la jugada no me resultara lo suficientemente satisfactoria, la celebración gastronómica merecería la pena sin duda alguna.
Pedro era el típico hombre normal tirando a feo, pero muy simpático y con mucho atractivo en su voz y su forma de hablar. De hecho era locutor de radio. Bastante mayor que yo, habíamos mantenido una relación intermitente durante casi cuatro años en los que yo no pude serle fiel debido a la distancia. Cuando él comprendió que se llevaba lo mejor de mí cada vez que yo iba a visitarle, muy esporádicamente, se liberó del cabreo inicial y cuando nos veíamos éramos capaces de dedicarnos, casi en exclusiva, al sexo de un modo mucho más sano, salvaje y divertido. Y eso es lo que yo había ido a buscar. Sabía de su reciente divorcio, con lo cual, suponía que podría estar receptivo. Me acerqué por su bar habitual y le encontré tomando el aperitivo con algunos contertulios del pueblo. Su contención para la sorpresa en el gesto fue inversamente proporcional a la erección sobresaliente en sus pantalones. ¡Cuánto me gustan los hombres que saben reaccionar con alegría a la visita de una amiga! Enseguida se despidió de sus amigos y me pidió de beber. Unos minutos para ponernos al día en lo más básico para enseguida pasar al tema. Seguía conservando ese encanto especial en la voz que conseguía ponerme a su disposición como de un flautista encantador de serpientes se tratara. Para cuando su conversación comenzó a bajar de volumen a la vez que arrimaba su boca a mi oreja, mis bragas tenían tal nivel de humedad que me hubiera dado igual que hubiese estado lloviendo a mares sobre mí.
Me invitó a echar una pequeña siesta a su casa antes de comer y de empezar con las actividades de las fiestas, a las que tenía que asistir sin demora porque era el presentador oficial. No tengo que explicar el nulo descanso que tuvimos. Antes de llegar a la cama a ninguno de los dos le quedaba nada de ropa puesta, y apenas saliva. Quise cortarme un poco y no gritar en exceso porque el silencio de aquel pueblo en aquella hora me delataría sin excusas entre sus vecinos y no quería ponerle en un compromiso. Sin embargo cuando el rey de las ondas de la comarca se hizo dueño de la situación al completo no pude evitar gemir y maullar como una fiera loca de satisfacción. ¡Cómo me gusta que los amigos me reciban así de bien!