Este verano me ha dado por asistir a más festivales de música que a fiestas en los pueblos de mis amigos. Son un terreno muy interesante para ligar, dejando a un lado los conciertos que por supuesto es lo que realmente me lleva a mí a recorrérmelos. En ellos he visto muchas formas típicas en las que las personas nos relacionamos buscando sexo, y otras un poco menos habituales, pero me he topado con alguna que todavía ha conseguido sorprenderme e incluso hacerme reír.
Acababa de terminar el grupo cabeza de cartel de esa noche. Debían de ser las cinco de la mañana cuando todos íbamos saliendo del recinto, y en ese momento, en la misma puerta, una chica se acercó a un chico que pasaba por delante de ella y le preguntó su nombre. Rápidamente le soltó dos sonoros besos a la vez que se presentaba dándole el suyo. Y sin otorgarle ninguna ocasión a conversar le dijo directamente:
– Tengo muchas ganas esta noche de irme a la cama con alguien. El concierto me ha dejado tal subidón que ahora no podría dormir ¿a ti te apetece?
Y él chico inmediatamente le contestó que sí.
Me pareció tan absolutamente simple y natural que no pude menos que gritarle un “¡Ole tú!” Eso me hizo recordar a un amigo que yo tuve que siendo muy jovencito se dedicaba a preguntarle a todas las chicas con las que coincidía en el bar que frecuentábamos si querían follar con él. Sin más camelos ni interlocuciones. También directo y simple, pero igual era excesivamente brusco. Esta chica al menos se había presentado.
Sé que las convenciones están cambiando y las chicas estamos aprendiendo a pedir lo que queremos y a hablar claro, aunque todavía nos quede un largo camino por recorrer. Sin embargo todavía triunfa entre nosotros, con mucha diferencia, el coqueteo previo, las invitaciones a tomar algo, el hacerse amigos mientras esperas a tu grupo favorito apoyada en las vallas antipánico, etc. Y es maravilloso que los recintos, en su mayoría, cuenten con espacios informativos sobre enfermedades de transmisión sexual y te ofrezcan condones para que si practicas lo hagas con seguridad. Y eso nunca está de más, porque yo, que no llevaba más plan, una de estas noches de concierto, que disfrutar como una buena groupie de mi roquero adorado, tuve que hacerme con uno por si acaso y ¡menos mal! Coincidí en la primera valla junto al escenario con un amigo al que hacía muchos años que no veía. Me invitó a una copa e incluso se acercó a comprarla para que yo no perdiera mi sitio. Charlamos de lo humano y lo divino, además de recordar todas las aventuras juveniles que habíamos tenido ocasión de disfrutar juntos siendo estudiantes. En fin, que pasamos por todos los tópicos posibles antes de comernos los morros, eso si, sin perder en ningún momento el lugar que llevaba ocupando desde hacía cuatro horas. Porque lo primero era lo primero: el concierto. Pero una vez que hubo terminado, ya no tuvimos ningún problema en marcharnos a su piso y dedicarnos en cuerpo y alma a culminar nuestro agradable reencuentro. Bueno, en realidad pusimos mucho más interés en el cuerpo que en el alma y de fondo nuestra música favorita para movernos bien acompasados.