Ahora que ha pasado la celebradísima fiesta de Halloween no puedo evitar pensar en la cantidad de hombres con los que me he encontrado, y alguna mujer también, aunque menos por pura estadística de mis gustos, que me han hecho reafirmarme en mi miedo a los fantasmas.
He tropezado con amantes de todas clases, como es lógico, pero han sido muchos los que se han ganado a pulso el apelativo de “fantasma”. Y os contaré algunos ejemplos para que veáis que no exagero.
Por empezar con algo muy literal, puedo hablaros de Jesús, un tipo al que solamente le gustaba follar disfrazado de fantasma. Y como yo doy vía libre a la creatividad de cada cual en el sexo, en realidad para mí no supuso ningún problema. Eso sí, cada vez improvisaba un disfraz diferente, lo que me pareció tan original y tan esforzado por su parte, que no dudé en quedar con él cinco o seis veces, nada más que por ver cuánto se curraba cada vestimenta.
Otro personaje, del que no supe su nombre, porque solo nos citamos una vez, fue un fantasma pero muy asustadizo de la potencia de mi iniciativa en la cama. No hay necesidad de extenderse más para explicar que todavía haya hombres que no entiendan que las mujeres queramos dominar o pedir lo que queremos en nuestras relaciones sexuales.
También me acuerdo siempre, y por desgracia, de Miguel, que me prometió un fin de semana de pasión y lujuria que siempre recordaría. Y efectivamente así ha sido. Con frecuencia se me viene a la cabeza aquella casa rural en la que pasamos tanto frío, perdidos en una montaña, sin apenas provisiones, todo sucísimo y encima, tras dos asaltos de un sexo triste e insípido, me pegó una varicela que nunca olvidaré.
Luego están esos otros que quedan contigo después de tenerte varios días avasallada a fotopollas y a tope de excitada con miles de mensajitos y conversaciones interesantes a través del móvil, pero al final, cuando te decides a quedar con ellos, no aparecen. Se volatilizan. ¡Fantasmazo total! Y por supuesto nunca vuelven a ponerse en contacto contigo ni para una triste disculpa.
Otra versión del fantasma actual es ese que está contigo en una discoteca, o en cualquier fiesta, y aparece y desaparece constantemente al baño. Que digo yo, que alguno puede tener problemas de próstata, pero los jóvenes no. Esos suelen tener únicamente la excusa de interesarles algún otro entretenimiento químico con el que distraerse mejor en privado. Incluso en una ocasión, además de resultar que mi acompañante prefería ese tipo de distracciones, me lo encontré follándose a otra en un baño.
Y por último tengo que hablar, según mis experiencias, del fantasma narcisista. Ese que se cree tan guapo y maravilloso que folla poniendo posturitas, y preguntándote constantemente si estás disfrutando, porque a él todas las chicas le dicen siempre que es el mejor amante que han tenido nunca. Para rematar el egocentrismo, he llegado a coincidir con más de uno que cuando ha sacado el móvil en plena acción, pensando yo que lo hacía para grabar la jugada y excitarse en otro momento, lo ha hecho solo para hacerse un selfie de su pecho sudoroso o de su miembro en erección.
En fin que después de todas estas aventuras, nadie puede quitarme ya el miedo atroz que le tengo a los fantasmas, pero no a los del otro mundo, sino a los de éste que son mucho peores. Y bien segura que estoy de ello.