Creo que todavía no os he contado la que considero una de mis experiencias sexuales más sencilla y muy cotidiana, pero no por ello poco satisfactoria. Y es la que me sucedía cada vez que iba a la peluquería y llegaba el momento en el que me lavaban el pelo y me aplicaban la mascarilla de tratamiento. Una gran experiencia capilar.
Hace muchos años yo tenía un peluquero maravilloso con el que llegué a tener grandes orgasmos sentada en aquel lavabo majestuoso de peluquería de barrio engrandecida por el buen hacer de los cortes de pelo de su propietario. Tanta era su fama que venían desde otras ciudades para que él las arreglará. Yo creo que su mayor secreto siempre fue ese: el hacer que las mujeres más sensibles se corrieran mientras les masajeaba la cabeza. Y ese tipo de cosas se difunden rápido con el boca oreja.
De partida y nada más llegar te trataban como a una reina, con cariño, agasajándote con café y bombones, música ambiental agradable y conversación amena en su justa medida y sin llegar a los chismorreos. Toda aquella parafernalia te predisponía a la relajación y a dejarte llevar por los cuidados de Jorge. Tenía unas manos grandes, fuertes, pero que en cuanto tocaban tu cabeza se transformaban en suaves y cálidos apéndices masajeadores.
Simplemente con el primer lavado ya comenzaba la experiencia sensorial: el aroma del champú, su voz en tus oídos explicándote las excelencias del producto que te estaba aplicando, y esa forma de rascar con suavidad el cuero cabelludo, te dejaban desarmada. Después un enjuague rápido daba paso a una segunda aplicación del champú en la que ya iba metiendo los dedos entre los mechones de pelo, rebuscando que ningún centímetro cuadrado de piel quedara sin lavar. Ahí yo ya empezaba a sentir la humedad entre mis piernas. Y entonces llegaba la mascarilla.
Jorge modulaba su voz con dulzura contándome las maravillas que aquella crema haría mientras iba frotando lentamente todo mi pelo para extenderla bien. Los olores, las caricias, los ojos cerrados, y mis caderas empezando a contonearse en el asiento conseguían que la excitación fuera creciendo dentro de mí. Le dedicaba diez largos minutos a ese momento celestial, y estoy convencida, de que él era plenamente consciente de lo que estaba pasando en mi cuerpo debajo de la capa de peluquería. La presión con las yemas de sus dedos primero, y con las palmas de las manos después por todo el cráneo, hacía que los espasmos dentro de mis bragas se sucedieran rítmicamente. Y el relax, el placer, las contracciones, el dejarse llevar por Jorge, desembocaban sin remedio en un orgásmico éxtasis que siempre se terminaba acompasando con el calor de la ducha que al final rociaba mi cabeza. El agua derramándose por mis cabellos era el remate para aquel momento de callado e íntimo disfrute, que me obligaba a apretar los labios silenciando el placentero estado en el que me encontraba. Mi peluquero, conocedor de las consecuencias de su tratamiento capilar especial siempre nos permitía unos minutos para recomponernos mientras el cabello reposaba envuelto en una esponjosa toalla caliente.
Os aseguro que mi pelo nunca ha estado más hidratado que en aquella época, porque no había semana en la que no acudiera a cuidármelo pero, obviamente, mi interés iba mucho más allá. Cambié de ciudad y tuve que buscar nueva peluquería. He encontrado gente fantástica con manos maravillosas, pero nunca he vuelto a disfrutar de unas experiencias capilares tan gratificante como aquellas.
1 comments
Qué maravilla de experiencias son estas!
La mascarilla no la he probado. Sin embargo, el lavado de cabello, la manicura y el mismo corte de cabello me han dado momentos explosivos, provocando mi humedad, como le pasa a Amy y dejando mi cabeza totalmente perdida. Y en algunas más, con esa sensación de que la persona deseaba tener algo más contigo.
Qué lindo recordar momentos así!