He visto máquinas de “vending” muy variadas y con artículos de lo más variopinto. Desde los típicos productos alimentarios de bollería industrial, riquísimos e insanos, a las de tentempiés súper ecológicos, pasando por las dispensadoras de cedés, cámaras de fotos de usar y tirar o de cebos para pescar. Están muy bien pensadas a mi parecer, las de productos de higiene intima como compresas, toallitas, etc, e incluso las de juguetes eróticos, que por si no lo sabíais, también existen. De este modo podemos disponer en cualquier momento de lubricante, geles de placer, condones, anillos e incluso vibradores. ¿O acaso, no es posible que te surja la necesidad de comprarte un vibrador en la máquina expendedora de una estación de tren?
Suponte que corres a una cita con tu chica y en lo que trasbordas de un regional a un cercanías se te ocurre darle una sorpresa y en lugar de llevarle bombones decides obsequiarla con un buen vibrador con el que jugar ambos. ¡Seguro que te sabe agradecer el detalle! Lo único malo de estas fabulosas máquinas es que se hayan quedado sin cambio y tú no puedas comprar nada de lo que se te antoje.
Estoy segura de que eso os habrá pasado alguna vez sobre todo con las expendedoras de condones. Quizás os haya sucedido siendo adolescentes, o hace años cuando comprarlos abiertamente sin pasar mucha vergüenza no estaba tan bien visto, y había que proveerse en los baños de los garitos. Le pasó a mi amigo Manuel siendo muy jovencito y convencidísimo de que no iba a volver a acostarse con nadie en años porque su último fracaso amoroso le tenía lloriqueando por los rincones de todos los bares a los que venía conmigo que salió de marcha una noche sin llevar encima condones. Y justo esa velada ligó sin proponérselo y se quedó tan abducido por el chico que no paraba de tirarle los tejos que rápidamente para no perder la oportunidad quiso proveerse de todo lo necesario para poder pasar una noche de sexo fabuloso y sin riesgos. Sin embargo cuando fue a sacar condones se dio cuenta de que no llevaba nada de dinero suelto y tampoco billetes. Como yo ya me había quitado de en medio para no interferir en el cortejo, no supo qué hacer para no parecer poco precavido y no se atrevió a pedírselo a su acompañante, al que ya le había solicitado muy hábilmente que le invitase a la copa. Pero tampoco quería perder la oportunidad, así que empezó muy discretamente a pedir monedas a todos los que se encontraban en el bar. En realidad no conocía a nadie porque no era uno de nuestros sitios habituales, así que como pedir para condones no le pareció adecuado, decidió contar que necesitaba dinero para coger el bus de vuelta a su casa. Evidentemente el chico que le pretendía no le había quitado ojo de encima y enseguida se dio cuenta de que algo le pasaba. Manuel le arrastró con destreza hasta el baño y en el pasillo comenzó a meterle mano con picardía palpándole lo primero los bolsillos con la esperanza de que llevase algo de dinero suelto. Rápidamente consiguió hacerse con las dos monedas que necesitaba mientras le contaba que había perdido las llaves de su casa y que intentaba localizar a alguno de sus compañeros de piso entre el gentío del bar. En lo que explicaba todo esto, le dejó esperando y entró a la cabina del baño a por los condones. Con ellos ya en la cartera, Manuel arremetió con ganas contra su amante y le animó a salir del local. El chico le hizo subir a su coche y según me contó no tuvieron que llegar muy lejos para darle uso a los condones que con esa artimaña había comprado.
Una buena forma de salir del paso, aunque yo creo que en los tiempos que estamos estas máquinas expendedoras ya deberían poder usarse con otros sistemas de pago. Porque cuando las ganas de pasarlo bien aprietan hay que tener todas las facilidades posibles, ¿verdad?
* Ilustración de Francisco Asencio
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