Estoy esperando a un amigo. Uno muy querido que me dijo que vendría temprano a recogerme para salir a tomar unos vinos antes de meternos en su casa a ver un maratón de series de ficción. Aunque ya está tardando demasiado. Y tengo muchas ganas porque hacía mucho tiempo que no quedábamos y los dos tenemos muy claro lo que siempre viene después de ver alguna serie. Bueno, después de ver un capítulo nada más, que es lo habitual, porque enseguida que estamos en el sofá nos liamos, nos liamos y lo nuestro termina en gran súper producción aunque de corte erótico festiva. Pero me está diciendo por WhatsApp que se retrasa por esperar al técnico de la caldera que le había dicho que llegaría mucho antes. Así que aquí estamos enviándonos mensajitos como adolescentes para no perder este tiempo en el que ya deberíamos estar juntos y de paso nos vamos poniendo al día mientras. Eso que llevaremos ganado de hablar cuando nos veamos. Sin embargo somos tan de charlar que ya llevamos más de una hora.
Como me estaba terminando de arreglar, he empezado a mandarle fotos de cómo estaba quedando de maravillosa con mi blusa nueva, y a pedirle opinión sobre si le parecía mejor una gargantilla que otra. Entre foto y foto se está animando a piropearme y a pedirme más. He tenido que enseñarle por WhatsApp un adelanto de los zapatos de tacón tan chulos que voy a llevar con los vaqueros y se ha puesto como una moto. Claro que se los he enseñado puestos y en una foto de medio cuerpo aún sin pantalones. Tanto le han gustado, que me ha correspondido con una foto del mismo corte y estilo en la que se podía apreciar perfectamente el volumen de su entusiasmo. ¡Y nos estamos viniendo arriba! Ya no intercambiamos solo fotografías, sino que nos contamos lo que nos está apeteciendo realmente hacer. Porque yo estoy también ahora mucho más animada con esta espera y me están entrando muchas ganas de tenerle en mi cama ya. Sin embargo su técnico no ha aparecido por su casa y no puede salir todavía. Por lo que en este momento de calentón he decidido desvestirme mandándole un par de fotos por cada prenda o abalorio que me quite. Él, entre divertidas combinaciones de emoticonos que reflejan distintos símbolos de lujuria y deseo, me va diciendo por donde le gustaría pasarme su lengua, o a qué velocidad entraría y saldría de mi interior. A mí me va poniendo cada vez más ardiente sobre todo el pensar en cuánto puede estar excitándose él, y eso me enreda en un bucle de pasión del que me está costando mantenerme distanciada.
Con la última foto que le envío, desnuda ya por completo, y que sale de mi móvil con igual rapidez que imprudencia, al no comprobar bien a quien la envío con una sola mano, me dejo llevar y consigo mi buscado y fabuloso orgasmo con la otra. Enseguida entra un mensaje de mi amigo en el que aplaude mucho con la alegría de un sonriente demonio morado. Me quedo esperando su última foto y solo leo ese angustioso “escribiendo”. De repente suena el timbre, me echo la camisa por encima y me asomo a ver quien es.
– No podía dejar escapar la oportunidad de disfrutar viéndote y ver cómo disfrutabas tú sola. Me arreglaron la caldera en cuanto llamé. Ahora vengo a rematar contigo mis ganas y a hacerte repetir las veces que sea necesario. ¡Ah! Traigo vino y un capítulo de tu serie favorita.
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