La Era de Oro de la sexualidad en Oriente se remonta a más de 2.000 años, cuando diferentes filósofos de China, Japón e India unieron sexualidad y espiritualidad. El sexo adquirió una dimensión cósmica, suponiendo no sólo placer físico, sino también trascendencia de la mortalidad humana. Esta visión de la sexualidad, como una experiencia de iluminación, era contraria a la idea de Occidente del sexo como pecado, un concepto totalmente ausente en Oriente.
Los orígenes de esta Era de Oro se encuentran en China, al concebirse el sexo como equilibrio, ya que la filosofía china antigua sobre sexo fue influenciada por tres escuelas de pensamiento: taoísmo, confucionismo y budismo.
El taoísmo proviene de la palabra Tao (que significa “camino”) y, por tanto, este sería la “enseñanza del camino”, representando el flujo del universo y el flujo constante del yin (femenino) al yang (masculino). De ahí la importancia de retener el semen, la esencia considerada fuente de poder para alcanzar la inmortalidad (esto era sólo posible para los hombres, encajándose en una cultura patriarcal). Además, los hombres preferían a las mujeres jóvenes porque creían que estas poseían mayor energía sexual, ya que su energía yin era especialmente poderosa (se suponía que no habían sido contaminadas por el parto).
Por su parte, el confucionismo se convierte en ortodoxo en el siglo II a. C. Aunque tiene algunos elementos comunes con el taoísmo, concede mayor importancia a la familia y la procreación. Así, el patriarca chino tenía varias esposas (una consorte más las concubinas).
La mujer china ideal cambia. Ya no se veía el parto como un contaminante, por lo que se valoraban más a las mujeres maduras. Además, se hace necesario que a estas les guste el sexo (más sexo supone más hijos), por tanto, éste debía incluir muchos preliminares al coito que fueran placenteros para ellas.
Por otro lado, las mujeres chinas sufrieron durante siglos la tradición de los “pies vendados” o “pies de loto”, un símbolo de belleza además de un fetichismo excitante para los hombres, pero muy doloroso para las mujeres que casi no les permitía caminar, y que suponía, al fin y al cabo, una forma de control de estas.
Parte de la filosofía china sobre la sexualidad llegó como legado a Japón, un país más joven donde surgió el mito de la creación, con una connotación sensual. Según la mitología japonesa, un dios macho y una diosa hembra agitaron el océano para formar las islas.
Las creencias sobre el sexo en Japón, daban importancia a la familia, de la que el hombre debía cuidar, pero se le permitía tener amantes (también a las mujeres). Las prostitutas no se veían como algo inmoral, sino que adquirieron un papel social importante para aliviar el estrés de los hombres (la prostitución fue regulada en el siglo XIII). Así surgieron las famosas geishas (palabra que significa “persona de arte”), las cuales no eran sólo prostitutas, sino mujeres muy cultas y con diversos talentos (canto, poesía…).
Por otra parte, en el teatro, hombres jóvenes que representaban el papel de mujeres, solían tener relaciones sexuales con samuráis de alto nivel, lo que no afectaba al estatus social de estos últimos. Sin embargo, nunca hubo en esa práctica connotación de deseo homosexual como algo pecaminoso.
El mundo del sexo fue representado a través de diversos tipos de ilustraciones, como pinturas o impresiones en bloques de madera, que hoy conocemos como arte shunga. Eran vendidos en tiendas y colgados en las paredes de las casas, lo que refleja cómo la sexualidad era libre y abierta en aquella sociedad.
En India, por más de dos mil años sexualidad y religión fueron inseparables, existiendo el mito del cielo y la tierra haciendo sexo cósmico. Para el hinduismo el sexo es algo divino y los dioses participaban de actividades sexuales. Un ejemplo de ello sería Krishna, dios del amor, sobre el que se escribieron numerosos poemas.
Dentro de esta cultura, surge en el siglo III el Kamasutra, el más exótico manual de sexualidad. Según este texto, el sexo debe ser aprendido para hacerse de un modo refinado, ya que cuanta más habilidad se tiene más apreciado será por hombres y mujeres.
Desde el budismo tántrico, el sexo se veía como un camino a la iluminación, donde el útero (“yoni”) sería la fuente de iluminación. El sexo tántrico fue representado en imágenes de piedra, en murales de algunos templos, con posiciones muy elaboradas de orgías tántricas. El sexo, de la misma manera que la meditación, se consideraba un medio para despertar la energía dormida en el cuerpo.
Finalmente, llegamos a Oriente Medio (siglo VIII d. C.), donde surgió el islam, regido por el Corán que, más allá de lo que podríamos pensar, dedica importantes versículos a la sexualidad y no prohíbe el placer sexual de hombres y mujeres. Para el islam la sexualidad era un don divino siempre que se cumplieran una serie de reglas.
Se trataba también de un sistema patriarcal, que permitía la poligamia, con un máximo de 4 esposas, más las concubinas de estatus menor, dando lugar al “harén”. Según el Corán se permitía el divorcio si no estaban satisfechos, pero el adulterio era castigado con la muerte.
Como vemos, todas las tradiciones de Oriente enfatizaban cómo mejorar la sexualidad, es por ello que se considera la Era de Oro de la sexualidad oriental, por la idea de armonía y libertad alrededor del sexo que imperó en estas culturas.
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