Después de muchas consideraciones, he llegado a la conclusión de que hay personas que tienen que ser promiscuas. Porque son muy atractivas físicamente o porque tienen ese encanto especial que les da una personalidad arrolladora y eso es un don divino que hay que compartir. No puede guardárselo alguien para una sola persona durante toda su vida. Sucede como con los actores o los cantantes, a los que ves tan maravillosos en la tele o en la gran pantalla y no puedes evitar pensar en querer tener algo con ellos, sean del sexo que sean. Pues igual pasa con los hombres y mujeres más mundanos: con nuestras vecinas, tenderos, médicos, etc. Si a una persona le ha sido otorgada por la naturaleza una belleza especial, un atractivo dominante, una exquisita simpatía o un vigor sexual potente, debe hacer partícipe de ello a todos los que le rodean. ¡Es de justicia!
Y sí, lo confieso, todo esto viene a cuento del chico nuevo del quiosco donde compro el periódico que es guapo y simpático a rabiar. Y ya no sé cómo decirle al universo que tiene que inducirle a mirarme de otro modo, a desearme, aunque sea para un ratito. No me importa compartirlo, porque yo soy generosa y comprendo la dificultad de su día a día para repartir su encanto. En el barrio ya le conocíamos porque había estado un tiempo en la carnicería del mercado, pero de repente había desaparecido unos meses. Los justos para ponerse cachas en el gimnasio y tenerle controlado por distintas redes, sociales donde gustoso de haberse descubierto macizo y seductor, se regala al mundo en poses de lo más variopintas. Pero eso está bien. Eso demuestra que además de ser consciente de su cuerpo, lo es de su obligación de mostrarse para gozo de todas sus fervorosas admiradoras y admiradores, que también hay muchos. Obviamente no soy la única que ha retomado la costumbre de comprar el periódico, y las revistas se venden últimamente como hacía años que no se vendían. Para mayor envidia de las que aún no hemos tenido la suerte de ponerle una mano encima, es un chico muy educado, agradable, y con muy buena conversación para todo aquel que se acerca al quiosco, sea la hora que sea y quiera lo que quiera. Y yo insisto, en que no es justo. ¡Apelo a la equidad de la madre naturaleza! No puede ser que haya solamente una mujer disfrutando de ese cuerpo y ese cerebro cuando estén ambos en plena actividad sexual. Porque todo el barrio sabe por las mismas redes lo enamorado que está de su chica y lo romántico que es. Y por eso mismo, yo creo que, una vez asentadas con su novia esas bases, que son muy importantes para la convivencia y la vida de una pareja, debería compartir sus virtudes con todas las que como yo, nos vemos completamente paralizadas cuando nos dirige unas palabras al unísono con una mirada de sus ojazos verdes de largas pestañas.
Definitivamente creo que sería su obligación ser promiscuo y hacer de nuestro barrio un lugar más feliz y relajado, pero claro, él tendría que pensar como yo, e incluso de este modo tan generoso, su novia. Y cada vez tengo más claro que eso no va a pasar. Pero en este rato que llevo en la cola del quiosco para comprarme unos chicles y un crucigrama no soy capaz de pensar en otra cosa. Y si no es para momentos como estos, ¿para qué está la imaginación?
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