La orientación sexual se refiere a la forma en que nos sentimos atraídos emocional y sexual por otras personas. De manera que heterosexualidad y homosexualidad serían, respectivamente, la atracción o el deseo hacia personas de sexo contrario, o hacia personas de nuestro mismo sexo (asumiendo que existen únicamente dos sexos). Aunque con la sexualidad sucede lo mismo que con muchas otras cosas: es difícil dar definiciones cerradas. Sin embargo, tenemos tendencia a clasificar y etiquetar todo, buscando categorías excluyentes. Así, el desarrollo de la ciencia sexual en Occidente trató la sexualidad humana inicialmente como una realidad binaria (normal / anormal, hombre / mujer, heterosexual / homosexual…), donde sólo existía blanco o negro.

Ahora sabemos que las personas son mucho más complejas y existen los tonos grises, o mejor aún, una gran variedad de colores, en todas las dimensiones de la sexualidad. Por ejemplo, del mismo modo que hay personas que no se encajan en la categoría de hombre o mujer, también hay personas que no se encajan en el concepto heterosexual versus homosexual.

El estudio del deseo sexual fue un tema ampliamente estudiado por Alfred Kinsey, conocido como el padre de la revolución sexual, para quien “el mundo vivo es un continuo en todos y cada uno de sus aspectos”. Kinsey fue más allá de la dicotomía heterosexual versus homosexual (donde él mismo no se encajaba) y desarrolló una escala, en 1948, que se conoce como “Escala de Kinsey”, basada en el deseo de las personas. Kinsey no trataba de buscar cómo las personas se identificaban respecto a su orientación sexual sino cuál era el comportamiento sexual de esas personas independientemente de cómo se identificaran. Tras entrevistar, junto con sus colaboradores, a más de 10 mil personas sobre su historia sexual, encontraron que para muchas personas, el comportamiento sexual, pensamientos y sentimientos, hacia su mismo sexo o el sexo opuesto, no siempre fue consistente a través del tiempo. Aunque la mayoría de las personas declaraban ser exclusivamente heterosexuales, y un pequeño porcentaje reportaban comportamientos y atracción exclusivamente homosexual, muchas personas manifestaban conductas o pensamientos en algún punto intermedio.

La escala originalmente va de 0 a 6, del siguiente modo:

0 – exclusivamente heterosexual

1 – predominantemente heterosexual, sólo ocasionalmente homosexual

2 – predominantemente heterosexual, pero más que ocasionalmente homosexual

3 – igualmente heterosexual y homosexual

4 – predominantemente homosexual, pero más que ocasionalmente heterosexual

5 – predominantemente homosexual, sólo ocasionalmente heterosexual

6 – exclusivamente homosexual

Según sus investigaciones, Kinsey, llegó a la conclusión de que la mayoría de las personas se encuentran en las categorías intermedias (entre 1 y 5), indicando la bisexualidad como un continuo, en lugar de una categoría distinta. Además, por lo general existiría congruencia entre el comportamiento sexual y el deseo, aunque un cierto número de personas experimentarían incongruencia entre estas dos dimensiones de la sexualidad.

El concepto de bisexualidad (atracción erótica por ambos sexos) conlleva aún muchos prejuicios, no sólo por parte de personas heterosexuales sino también dentro del propio colectivo gay. Por otro lado, han surgido posteriormente más términos, en un intento de incluir otras orientaciones sexuales, como la pansexualidad (atracción erótica por una persona independientemente de su sexo y su género).

Aunque los conceptos se hacen necesarios para visibilizar a las minorías, a menudo se quedan cortos para reflejar la vivencia particular de cada persona. Quizá deberíamos hablar mejor de comportamientos y relaciones heterosexuales, homosexuales…, en lugar de ponernos etiquetas cerradas o ponérselas a los demás. La orientación sexual surge a lo largo del tiempo y evoluciona naturalmente cuando se experimenta con una mente abierta. Sin embargo, cuando no se ve más allá de la heteronormatividad, nuestro comportamiento sexual no siempre coincide con nuestro deseo.

Quizá el mayor mérito de Kinsey fue introducir por primera vez la diversidad sexual y plantear al mundo que más allá del binarismo existe un continuo de realidades y vivencias sexuales, incluso que el deseo sexual es más flexible y menos estático de lo que pensamos.

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