Se ha hablado mucho sobre la importancia de la educación sexual para la salud, pero la realidad es que sigue siendo una de tantas asignaturas pendientes en salud pública, especialmente entre los jóvenes.
Un paso previo, y un requisito indispensable antes de adquirir una adecuada educación, es la alfabetización. No podemos educarnos adecuadamente si no conocemos el alfabeto ni la gramática básica. La alfabetización sexual por lo tanto, la podemos definir como la capacidad suficiente y adecuada para procesar la información en materia de salud sexual y sexualidad humana, que nos va a permitir actuar de manera racional, sensatamente y en consecuencia a nuestros valores, deseos y necesidades.
Para Loreto Villanueva, la alfabetización en salud «es un constructo, constituido por habilidades cognitivas y sociales que determinan la motivación y la capacidad de los individuos para acceder a información, comprenderla y utilizarla, para promover y mantener una buena salud. Es decir, implica el conocimiento, la motivación y las competencias de las personas para acceder, comprender, evaluar y aplicar la información sanitaria con el fin de emitir juicios y tomar decisiones en la vida cotidiana en esa área, para prevenir enfermedades y mantener o mejorar su salud durante toda su vida.»
La alfabetización sexual (junto con la confianza, la autonomía y otros valores) constituye por lo tanto uno de los pilares fundamentales para una educación sexual integral.
Como escribió mi compañera Belén Bueno en «¿Por qué es importante la educación sexual integral?»:
«La Educación Sexual Integral es fundamental porque nos empodera, destruyendo mitos, prejuicios o actitudes negativas asociadas al sexo. Existen valores muy restrictivos que perpetúan esos mitos y actitudes, y que influyen en el bienestar y salud (tanto física como emocional) de las personas. Con este tipo de educación romperíamos esos mitos y prejuicios que pasan, desgraciadamente, de unas generaciones a otras. La Educación Sexual puede transmitirse a través de modelos educativos tradicionales (hechos heredados de la familia o los iguales) o modelos educativos científicos (hechos probados). Para no perpetuar esos mitos, prejuicios o actitudes negativas se precisa, por tanto, el modelo científico porque, aun sin ser conscientes de ello, educamos en sexualidad con nuestras actitudes y nuestro ejemplo. Mejor será compartir conocimientos con base científica que opiniones, creencias o miedos.»
Actualmente en nuestra sociedad todavía se consideran tabú muchos temas sexuales, sobre sexualidad, y se conversa poco salud sexual, (por conceder más importancia a las apariencias, las formas o los preceptos que se quieran anteponer) lo que es muy significativo y constituye una falta de interés por temas salutíferos tan importantes, y tan ligados a nuestra identidad, como la sexualidad. Las jóvenes deberían estar familiarizadas con el ciclo sexual femenino para aprender a reconocer las señales que les lanza su cuerpo, y reconocer por tanto si marcha todo bien o hay algún problema de salud que requiere atención especializada. Y la educación sexual debería abarcar muchísimo más de lo que tradicionalmente ha constituido el currículum educativo escolar, que prácticamente lo podemos circunscribir a la prevención de ETS y el uso del preservativo. Que aunque sean temas importantes, representan una ínfima parte de la educación que deberían recibir nuestros jóvenes.
Como nos recuerda nuestra compañera Belén, la educación sexual es importante porque nos ayuda a «que sepamos diferenciar entre identidad de género, expresión de género y orientación sexual, tanto para entender mejor la complejidad y diversidad sexual en la naturaleza humana, como para no tener prejuicios sobre otras formas de vincularse, expresarse o entender el amor.»
En palabras de Belén, en su más que recomendable y ya citado artículo: «el sexo es nuestra condición sexuada, pues somos seres sexuados, y la sexualidad es la vivencia y puesta en práctica de dicha condición.»
Tampoco debemos olvidar que la educación, como herramienta de empoderamiento que es, nos proporciona habilidades y conocimiento para –además de reforzar nuestra salud– prevenir situaciones adversas de maltrato, abusos sexuales o discriminación.
Coincidimos con Belén Bueno en que necesitamos reivindicar la «Educación Sexual Integral (ESI) en nuestro sistema educativo y nuestras vidas como un derecho sexual (…), ya que poder decidir sobre nuestro cuerpo, nuestra salud, nuestra vida sexual y nuestra identidad es un derecho humano que permite el desarrollo de una sexualidad plena y saludable.»
Si seguimos perpetuando mitos, tabúes, falsas creencias, y pseudoprofesionales de la salud y la sexualidad que, más que educar, cosifican el cuerpo y la sexualidad –de la mano, por cierto, de algunas corrientes socioculturales imperantes– nos estamos haciendo un flaco favor. Le estamos haciendo un flaco favor a nuestros jóvenes, y a las próximas generaciones, que tendrán como ejemplo una educación sesgada, cosificada y capitalista de lo que debería ser algo sublime, que produce placer y belleza, y que nos otorga la llave de nuestra fertilidad y posibilita continuar la descendencia del Ser Humano. Nuestra sexualidad.