En relación al plano afectivo-sexual, madres y padres ejercen un papel principal como educadores, hasta tal punto que incluso no querer hablar de esos temas ya supone un aprendizaje negativo para hijos e hijas.
No hay que olvidar que tanto ellos como ellas tienen derecho a este tipo de educación por parte de la familia, así como también de las Instituciones de Enseñanza, de manera que los progenitores nunca deberían negarse u oponerse a ello. Es fundamental superar la creencia errónea de que hablarles de sexo les empujará a tener relaciones sexuales, pues sucede más bien al contrario: adolescentes bien informados pueden tomar decisiones libres y responsables con respecto a su sexualidad, con frecuencia posponiendo el inicio de la actividad coital. Además, dado que la curiosidad sobre estos temas es muy grande y se trata de algo natural que forma parte de la vida, si los padres no resuelven sus dudas comenzarán a buscar las respuestas a través de otras vías (amistades, televisión, internet…) plagadas de mitos y falsas creencias sobre la sexualidad.
La educación sexual, por tanto, debe comenzar desde la infancia, pues más allá de lo que se suele pensar sobre que la sexualidad es inexistente en esta etapa, por el contrario, la sensibilidad sexual está presente ya en el nacimiento. Así se pueden observar desde bien temprano erecciones y vasocongestión genital en bebés que descubren muy pronto el placer sexual, convirtiéndose la masturbación infantil en algo frecuente. Es importante no reprimir estas conductas ni avergonzar al menor (hay que enseñarle que no debe realizarlo en público sino de manera privada, en su intimidad).
Por otra parte, los juegos sexuales infantiles también son habituales. El contacto sexual con otros niños y niñas sirve para explorar su cuerpo y el de los demás, conocer sus sensaciones, etc. así que no debemos darle mayor importancia (siempre que no haya mucha diferencia de edad entre los participantes).
Una duda frecuente en los padres suele ser cómo deben hablarle de sexo a sus pequeños. No existe un idioma universal, cada padre y madre debe adaptar su lenguaje de manera sencilla, abierta y natural. Responder a sus preguntas, que suelen ser bastante frecuentes y espontáneas, ofreciendo una visión positiva del cuerpo, insistiendo en las diferencias individuales. Se debe usar un vocabulario adecuado, llamando a cada cosa por su nombre (empleando un lenguaje más popular con los más peques y más técnico a medida que crecen). Lo ideal es responder sin postergar (aprovechando cualquier oportunidad para iniciar una conversación sobre sus dudas), no ocultar información o mentir y, sobre todo, asumir esta tarea de educadores sabiendo que siempre habrá tiempo de mejorar nuestras respuestas si no conseguimos explicar algo de la forma en que nos gustaría.
Se debe evitar que tengan acceso a la sexualidad adulta (pornografía, cine erótico…) ya que estar expuestos a contenidos sexuales les va llevar a imitar estas conductas y acelerar manifestaciones sexuales impropias para su edad.
El desarrollo de la sexualidad humana comienza con el contacto físico cuando los bebés se sienten seguros y acariciados, por lo que no se les debe privar de contacto corporal. Es importante ofrecerles en la familia vínculos fuertes e incondicionales para que puedan disfrutar de relaciones afectivas íntimas. En este aspecto, también es necesario enseñarles a comunicarse a través de caricias, besos, abrazos y palabras cariñosas.
Un aspecto que no se puede dejar de lado es el tema de los abusos sexuales a menores, ya que la realidad muestra que se producen más de lo que pensamos y el papel de los progenitores debe ser prevenirlos, detectarlos (atención a los cambios bruscos de comportamiento) y denunciarlos. Lo principal es enseñar al menor a discriminar situaciones de riesgo, a saber decir «no» y a pedir ayuda. En este sentido, debemos ser muy cuidadosos con no trasmitirle la idea de que la sexualidad es peligrosa o crearle cierto miedo al contacto afectivo.
Hay que estar atentos también al proceso de formación de la identidad de género del menor, que se establece entre los 2 y 6 años. En caso de observar que un menor esté convencido de pertenecer a otro género distinto al asignado al nacer o rechace por completo sus genitales, lo mejor es buscar ayuda. Además, no debemos fomentar estereotipos sexistas para que pueda construirse una identidad libre y sin prejuicios, aprendiendo a ser respetuosos con los demás. Para ello es necesario dejarles que expresen sus gustos y preferencias (en cuanto a vestimenta, colores, juegos, actividades, etc.).
Un aspecto sobre el que se suele errar, a veces de manera inconsciente, se refiere a la orientación del deseo. Es importante hablarles desde pequeños sobre la diversidad de orientaciones sexuales, es decir, no dar por supuesto que si se trata de un niño van a gustarle las niñas y viceversa. Educar a nuestros hijos en conceptos de respeto y diversidad en este sentido es fundamental para evitar sentimientos de culpabilidad o conductas homofóbicas posteriores.
Finalmente recordad que lo importante no es saber todas las respuestas, sino mostrar a hijos e hijas una disposición positiva para hablar de estos temas, y que puedan sentirse cómodos/as para acudir a nosotros cuando lo necesiten.