¡Ay cuanto nos duele a todos el amor! De todos es sabido lo doloroso que puede llegar a ser amar: ese desengaño cuando de repente descubres cómo es de verdad tu amado tan idealizado, o una infidelidad que nunca esperarías, o la distancia entre dos almas gemelas, tan difícil de sobrellevar en el día a día, o la terrible pérdida de esa persona especial…
¡Tanto y tanto que podemos llegar a sufrir por amor! Pero yo no voy a centrarme en esos dolores insalvables, tan personales y subjetivos sino en otros muchos más divertidos. Yo quiero incidir hoy en otro tipo de daños, en los físicos y que nos causamos exclusivamente por despiste y con humor a nosotros mismos.
Sin ir más lejos y sin mentir, ¿cuántos golpes os habéis dado en el momento de empujar a vuestra pareja contra la pared en un ataque de pasión? Porque yo me he dado mil veces contra todos los muebles de mi casa aún sabiéndome de memoria donde tengo cada uno de ellos. ¿Y quién no se ha golpeado nunca los dientes contra los del otro al ir a darse un besazo de película? Eso por no hablar de los mordiscos.
Yo tuve un novio que en su afán por darme placer, y conociendo de mi debilidad por esos pequeños mordisquitos, me tenía todo el cuerpo tatuado con su perfecta dentadura, y mas de una vez casi se lleva mi pezón izquierdo en la boca. ¡Pero me daba tal gustazo, que no me importaría repetirlo! Yo he sido siempre muy agresiva con los besos, lo reconozco, y a más de uno llegué a hacerle sangre en el labio. Recordemos también aquellos besos de juventud en el cuello en los que no calculábamos la potencia y dejábamos esas marcas indiscretas con las que todos los amigos se reían, y que incluso algunos de nuestros padres utilizaron para interrogarnos hasta la extenuación sobre si teníamos o no teníamos novios. Al menos yo tuve que pasar una semana entera con un pañuelito al cuello a modo de eterno complemento para que mi madre no viera el chupetón que un amor de verano decidió dejarme de recuerdo.
Y ¿qué decir de esos lametones que damos con fogosa ansiedad en el miembro de un amante que termina gritando que pares con auténtico dolor y toda su pena? Hay ciertos juegos que deben hacerse con sumo cuidado o transformaremos un buen rato en un mal recuerdo. Porque la verdad es que hay que tener cuidado con la intensidad con la que amamos. Más de una herida por tanta vehemencia he sufrido yo en mis propias carnes: moratones en los brazos, costras en las rodillas por fricción excesiva contra una alfombra, contracturas por posturas complicadas, y muchas otras más. Y por último, no podían faltar, en el puesto más alto de esta lista de accidentes inoportunos, las caídas follando. Si nunca os ha pasado es porque debéis ser demasiado cuidadosos, pero no es tan raro escurrirse de una cama o del sofá en el momento de mayor compenetración. Cuando empieza a descolgarse la cabeza del que está abajo por el lateral de la cama ya se puede adivinar que aquello terminará mal si no se cambia la posición, pero es que en algunos momentos es impensable perder el ritmo por levantarse, se acabe como se acabe.
La cuestión es que estos deberían ser los únicos dolores que nos diera el amor, y que pudiéramos reírnos a carcajadas al ver lo sucedido. Y si efectivamente eso pasara, pues unas buenas risas que todo lo curan, una tirita y ¡a seguir disfrutando!
2 comments
Tu artículo me ha recordado a aquellos tiempos de juventud, donde había que esconder los moratones como fuera para que no los viera tu familia.
Había chicos que lo hacían por dejar su huella, y no tanto por la pasión. Bueno, y chicas también.
Cosas de adolescentes…
¡Que recuerdos querida Carla! ¡¡Un beso muy fuerte!!