Era un domingo como otro cualquiera en el que debía de haber estado soñando con situaciones muy eróticas porque desperté con la mano metida en mis bragas y la sensación de estar disfrutando mucho. De repente fui consciente de que respirabas suavemente junto a mí, así que extendí el brazo y te acaricié. Al hacerlo descubrí que estabas en ese momento dulce del sueño en el que tu sexo se mantenía firme y duro y no quise dejar pasar la ocasión.
No era la primera vez que nos enrollábamos nada más despertar, pero sí la primera en la que yo quería disfrutarte sin que despertaras. Te recorrí con dulzura y comprobé que dormías profundamente. Me desnudé con sigilo y me arrimé a tu cuerpo para poder lamer tus labios con suavidad. Tus leves gestos, como de inquietud, me hicieron sonreír. Comencé a acariciarte los pezones por debajo de la camiseta: tu costumbre de dormir boca arriba y casi sin moverte en toda la noche me iba a facilitar mucho las cosas.
El tener que hacerlo todo despacio y en silencio, sin embargo, era un reto que no sabía si iba a ser capaz de superar. Apoyé la cabeza sobre tu pecho para intentar disimular y me abrazaste automáticamente con fuerza. Mientras, con mi mano derecha, empecé la maniobra entre tus piernas. Con los primeros movimientos ya pude sentir cómo mojabas mi palma y eso me animó a seguir subiéndola y bajándola por tu duro tronco. La sensación de clandestinidad unida a la excitación de masturbarte mientras dormías, me producía un placer tan intenso que mis terminaciones nerviosas inferiores se estaban volviendo locas. Mis contracciones anunciaron que un orgasmo intenso iba creciendo en mi interior. Me apetecía sentarme sobre tus caderas y, contigo dentro, moverme hasta reventar de placer, pero mi fin no había sido ese en ningún momento, así que continué con mi tarea, esperando ansiosa a contemplar tu orgasmo. Tu cara reflejaba los distintos grados de satisfacción que la velocidad de mi mano iba consiguiendo. Las caricias suaves cubriendo y redondeando la punta chorreante, los pequeños pellizquitos con los dedos en la piel, el hacer resbalar la mano por todo tu pene, el enredar los dedos en tu espeso vello, hoy día tan poco habitual, o manosear con cuidado todo el conjunto de tu sexo, habían conseguido que te tuviera en el punto deseado. Verte con los ojos cerrados, disfrutando en el mundo de los sueños, tan sumiso, apenas moviendo dulcemente la pelvis al ritmo del placer me lanzaron sin remedio bajo la sábana a lamerte. Al menos ese gusto quería darme y aproveché la mano liberada para resolver con mi clítoris lo que ya no podía retener más.
Aunque lo más difícil seguía siendo mantenerme en silencio y controlar mis espasmos para no interrumpir tu descanso especial. Sin dar tregua al alivio de mi cuerpo continué dedicada al tuyo de nuevo con las manos. Tus jadeos ya reflejaban que llegaba a mi meta. Tu boca entreabierta y unos gemidos cada vez más intensos liberaron al hombre que, de repente, no supo si soñaba o no cuando, al abrir los ojos, vio brotar su orgasmo con fuerza entre mis manos.
– ¡Buenos días, Amy! ¡Prepárate a disfrutar porque lo único que has hecho es abrirme el apetito, y ya sabes que los domingos me gusta desayunar fuerte!