Hacía mucho tiempo que Pablo y yo no jugábamos en casa a algún jueguecito que nos pusiera a tono antes de lanzarnos a una relación sexual. Por eso aquella aburrida tarde de domingo decidimos que la dedicaríamos a deleitarnos jugando y que terminase como fuese. Pero no queríamos hacerlo con ninguno de los muchos juegos de mesa habituales que teníamos comprados para eso. Así que decidimos inventarnos uno nosotros mismos. A Pablo siempre se le han dado muy bien ese tipo de ingenios.
Cogimos un taco de post-it de colores diferentes para cada uno y, rotulador en mano, fuimos escribiendo lo que deseábamos hacerle al otro o lo que queríamos que el otro nos hiciera. Las reglas serían identificarlos con el número 1 o el 2, en función de quién fuera el sujeto activo y quién el pasivo y pegarlos por las distintas habitaciones para que las acciones tuvieran que suceder en distintos escenarios. Para ambientar primero un poco nuestro entorno pusimos un poco de música, nos duchamos, nos pusimos guapos, nos perfumamos como si fuéramos a salir, y nos servimos unas copas de vino. A partir de ahí los primeros diez minutos los pasamos escribiendo los deseos y, a continuación, empezamos a repartir papelitos adhesivos de colores por las puertas, los espejos, la tele y todas las superficies de la casa que nos dio tiempo en los cinco minutos que habíamos marcado. Cuando la alarma sonó lo dejamos todo y pasamos a la acción.
Las reglas quedaron claras. Debíamos ir cogiendo en cada turno una nota propia y una del contrario. El espacio en el que jugaríamos también iría cambiando y lo decidiría un dado en el que cada número se asignaba a un cuarto. Echamos a cara o cruz quién empezaría y tuve la suerte de dar el pistoletazo de salida. Directamente comencé a acariciarle el culo a mi chico por dentro del pantalón mientras le escuchaba quejarse con una sonrisa de que hubiera salido solo eso. A continuación cogí el papel con lo que había escrito Pablo, lo leí en voz alta para darle la orden y le dejé que me desnudase de cintura para arriba muy despacio pero sin ningún tipo de caricia, ni beso. No habíamos hecho más que empezar y ya me estaba excitando muchísimo aquel juego. En el turno de Pablo tuve la suerte de que me sentase en la taza del váter y me lamiese los pechos durante un buen rato, tocándome después mordisquearle los lóbulos de las orejas. En la siguiente ronda pasamos al salón y pude dejar a mi pareja enfundado en su bóxer nuevo de marca sentado en el sofá y aprovechar para darle un buen masaje en los hombros según me ordenaba mi papelito. Nos pilló en la cocina el deseo que yo había escrito de que mi hombre me hiciese un dedo, conmigo de pie contra la ventana del patio. Me supo a gloria, aunque reconozco que ver a mi vecina de enfrente tendiendo y procurando que no se diera cuenta de lo que pasaba en mi casa, me dio más risa que morbo. Para cuando me tocó chupársela a Pablo yo ya estaba solamente con los tacones y en el dormitorio de invitados. Él ya se había corrido una vez, y yo más de una, pero el juego no iba a terminar hasta que pasasen las dos horas que nos habíamos propuesto.
Habíamos dedicado muchos minutos a cada prueba y nuestro disfrute había ido pasando por muchas etapas, sin embargo, no estábamos dispuestos a dejarlo hasta que sonase la alarma final. Todos los juegos son muy adictivos aunque hay algunos con los que es mejor dejarse llevar y olvidarse del tiempo.