Los días de intenso calor cuando estás todo el tiempo en la calle y el sol no da tregua ni siquiera a la sombra, es cuando reconforta más llegar a casa y quitártelo todo. Los zapatos lo primero, para después desnudarte sin contemplaciones y meterte en la ducha. Ahora ya es cuando te tumbas en la cama, enciendes el ventilador del techo y cerrando los ojos, resoplas y te relajas…

Y te relajas todo lo que puedes y más. Y cuando eres capaz de relajarte tanto empiezas a sentir cómo el ventilador deja caer el aire sobre tu piel, cómo los restos del agua de ducha que aún te cubren, te refrescan y hacen que erices cada vello. Y absolutamente relajada empiezas a descubrir las sensaciones que tu cuerpo, y solo tu cuerpo sin más estímulo externo, te regalan para disfrute de tu cerebro y de todos tus órganos sexuales a continuación. Y, por supuesto, decides disfrutar. Ser plenamente consciente de tu desnudez, de la brisa inducida que te recorre, de tu capacidad para complacerte y recrearte sin prisas, y ahora ya con la temperatura adecuada, casi se diría que te obliga a acariciarte. Y empiezas a tocarte despacio, a dejar que tus manos paseen libremente por tus pechos, tu vientre, tus muslos, notando el ligero calor de los dedos aún con los ojos cerrados. Te empiezas a sentir excitada. Giras sobre ti misma y dejas que el frescor de las aspas azote suavemente tus nalgas, y retiras el pelo de tu espalda para dejar expuesto toda tu piel al sosiego de la tarde. No necesitas pensar en nadie, no necesitas otro cuerpo, no necesitas más que tus manos y tu imaginación. De nuevo boca arriba piensas en lo que quieres sentir, en lo que quieres provocarte, en el orgasmo que vas a convocar con todas tus ganas. Y te lanzas a palparte, a pellizcar tus pezones, a tirar suavemente del poco vello púbico que aún conservas, y sonríes, y te metes un dedo en la boca, y te empiezas a sofocar de nuevo, pero ahora desde tu interior. Te puede el deseo y con las dos manos, casi con desenfreno, te masturbas y gozas. Te arrancas con ansias un espasmo violento y dulce a la vez, un éxtasis febril y necesario para calmar tu apetito ante un único testigo: el ventilador. ¡Qué calor! Reaparecen el sudor y una sonrisa. El relax y la satisfacción.
Los primeros días de verano no dan tregua. Hasta que todo nuestro ser se aclimata a la constante subida de las temperaturas, sufrimos, y estos pequeños e íntimos momentos de descanso y refresco se convierten en fabulosos oasis donde recuperarnos y reencontrarnos con nosotras mismas. Donde desplegarnos a la exuberancia de la propia lujuria, a la generosidad de nuestro placer. Donde ser felices con nuestra sexualidad.
¿No te apetece encontrar un momento así para ti?
* Ilustración de Francisco Asencio
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