Que me encantan las aventuras sexuales de los demás, no es ningún secreto. Que me gusta que otros compartan sus anécdotas conmigo para poderlas relatar después, lo confieso abiertamente. Pero que lo que más me apasionan son las historias que llegan a mis oídos por descuido de sus protagonistas, lo cuento hoy aquí sin pudor. Y no creo que lo mío sea un caso aislado.
Hay personas que se escandalizan de escuchar lo que otros andan haciendo, o mejor dicho, disfrutando. Pero no son una mayoría. Cotilleos sexuales me han llegado de todo tipo y desde todos los lugares, unos menos habituales que otros.
El más común es el que he oído en varias ocasiones en los baños de los bares de copas. Es muy corriente escuchar mientras alivias tu vejiga, cómo en la cabina de al lado, alguna chica ha metido a su pareja con ella y desatan con la alegría del calor y la noche sus deseos más primarios sin importarles ni el tamaño del lugar ni la higiene del mismo.
Y yo cierro los ojos, e imagino todo eso que estarán haciendo mientras se gritan y se ríen y se piden más sin reparos. Hasta que alguna otra chica entra de repente exigiendo que le dejen algún váter libre porque no puede aguantar más y se rompe la magia. Otro de mis favoritos es el no menos habitual probador de ropa de grandes establecimientos. Aquí reconozco que podría hablar de mi experiencia propia, pero no es el tema. Pero me resulta casi igual de excitante coincidir con una pareja al lado que, obviando si las tallas y modelos que han escogido les quedan bien, se decantan más por probarse mutuamente, mientras se van repitiendo el uno al otro como un mantra aquello de “no te preocupes que no nos van a pillar” o eso de “aquí no pueden tener cámaras”. Mi momento preferido es el del orgasmo contenido justo cuando se dicen “¡¡no grites, no grites!!” . O cuando llega la dependienta porque les ha pillado y procede a echarlos.
Otros muchos momentos hay menos habituales como cuando alguna compañera de la oficina anda tonteando por teléfono y la oyes decir barbaridades para ir calentando a su pareja, que al otro lado del altavoz debe entrar en erupción enseguida. O también aquella ocasión en la que mi jefe se dejó entreabierta la puerta de su despacho y tuve la “suerte” de escuchar con todas sus letras cómo le gusta exactamente que se la chupen seguido de unos horribles grititos de placer que le han hecho perder el poco respeto que yo ya le tenía.
Claro que lo que a día de hoy me ha impactado más en cuestión de descuidos, ha sido el revolcón que se marcaron el chico de la atención turística de la playa donde veraneo, con una chica que debía estar esperando a que terminara su turno. Tantas serían las ganas que se tenían que con las prisas, el chico despidió los servicios de megafonía pero se dejó abierto el micrófono. Sin tiempo a que los usuarios reaccionáramos, se empezó a oír por toda la playa un combinado de risitas, gemidos, besos y lametones que hizo que todos nos mirásemos sonriendo. Cuando pasaron a mayores explicando con detalle cada movimiento que iban haciendo, más de un turista se levantó espantado de la arena, mientras otros nos regocijábamos interiormente e incluso envidiábamos aquella situación. Como fue un polvo rápido creo que nadie tuvo tiempo de interrumpirles y terminaron la faena llenos de gozo y satisfacción. Los allí presentes, auditivamente hablando, claro, no pudimos más que aplaudir y reírnos a carcajadas limpias. De repente se escuchó a alguien por megafonía que tras un tremendo “¿pero que hacéis?” apagó el micro.
Así que tened cuidado con los sitios que escojáis para desfogaros porque si un día os leéis en mi blog ya os aviso que no admito reclamaciones.
* Ilustración de Francisco Asencio
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