Fue verle y quedarme enganchada en cómo desplazaba su mano derecha al trabajar sobre el portátil. Ya solamente podía fijar la vista en los movimientos de sus dedos. Tantas horas en el tren y hasta ese momento no me había dado cuenta del hombre que, sentado justo a mi lado en el pasillo, trabajaba sin descanso concentradísimo en su ordenador. Rondaría los cuarenta, muy alto, de complexión fuerte, delgado, y con el pelo más bien largo pero sin caer en melena excesiva. Viéndole de perfil ya contaba para mí con un atractivo potente.
Se notaba que el trabajo le tenía muy ocupado y no dejaba descansar sus manos ni un momento.
Dejé mi lectura de lado y me enfrasqué en observarle con disimulo. El rápido movimiento de sus dedos por la superficie del portátil era hipnotizador para mí, teniendo cuenta además que yo, si no utilizo el ratón, no sé desplazarme por la pantalla. De repente me visualicé delante de él en sustitución de aquel aparato e imaginé que toda su atención estaba concentrada en darme placer. Conseguí, reconozco que sin dificultad y ayudada por la música que sonaba en mis auriculares, abstraerme del resto de viajeros del vagón y echar a volar en un veloz cohete mi fantasía erótica.
Con el índice y el corazón derechos movía con destreza el ratón adelante y atrás, pero yo los sentía deslizar por mis pezones. Tanta era la empatía que enseguida los noté crecer empujando la tela de mi camiseta. Esa mano grande, con dedos largos y gruesos, cargados de anillos de plata, acariciaba diría que con ternura la alfombrilla de su dispositivo. Y, mientras, con la mano izquierda, se acariciaba la nuca y ondulaba un mechón de su pelo en un acto reflejo. La idea de que esas manos estuvieran subiendo y bajando por mi cuerpo me estaba poniendo a cien. Cuando comenzó a mesarse la incipiente barba fui capaz de sentir esas caricias en el vello de mi pubis, y en consecuencia, yo ya iba notando mis muslos mojados. Por eso verle de pronto arrancarse a teclear con las dos manos fue como sentir que se ponía definitivamente manos a la obra. La canción que sonaba en mi cabeza iba alimentando mis ganas de tener contacto real con ese hombre que tanto me estaba gustando, aunque no sabía cómo iba a poder conseguirlo. De hecho, tenía bastante asumido que tendría que quedarse en una fantasía, cuando de repente se dirigió hacia mí como entregándome el cargador del portátil y con una sonrisa fabulosa me dijo algo que con la música a tope no pude entender de primeras.
−Perdona pero el enchufe de mi asiento no funciona y necesito urgentemente terminar este trabajo. Como veo que no utilizas el tuyo, ¿me dejarías enchufarlo ahí unos minutos? A cambio te invito después en la cafetería a lo que te apetezca merendar.
Ni qué decir tiene que desplegué todos mis encantos y mirándole a los ojos fijamente le acaricié la mano al cogerle el cargador y le respondí:
− Por supuesto, no hay problema, pero te advierto que me has pillado con hambre…
Sí que me invitó a un café tras dejar su trabajo hecho pero, después, nos merendamos el uno al otro en el cuarto de baño. Y esas mismas manos que me habían encandilado, me recorrieron y me hicieron disfrutar tal y como había estado imaginando durante muchos kilómetros.