Algunas personas disfrutan muchísimo del día de su cumpleaños, pero yo no soy de esas. A mí no me gusta cumplir años y sentir que se me pasa la vida deprisa sin haber hecho todo lo que tengo en mente hacer. Aunque en realidad para completar mi lista yo necesitaría tres o cuatro vidas. Sobre todo para todo lo que creo que me queda por experimentar en el sexo. Así que hace mucho que me impuse una obligación para cada día de mi aniversario: siempre tendría que probar algo nuevo y lo de menos era con quien. Con lo cual ayer tiré de agenda y llamé a uno de mis amigos de cama contándole que estaba buscando a alguien que quisiera celebrar conmigo un cumpleaños especial. Y para mi fortuna, Felipe nunca tiene problemas para anular sus planes cuando yo le llamo. O si los tiene a mí ni me importan ni me los cuenta.
Le dije que sería suficiente con que trajese una botella de cava, pero apareció en casa con una enorme cuerda y una sonrisa lasciva de oreja a oreja.
– “¡Amy, a veces eres demasiado controladora! ¡Y en el día de tu cumpleaños! Deberías aprender a dejarte llevar en algunos momentos. Incluso a someterte.
Ya sabía yo que cuando Felipe decía esto, era porque ya estaba pensando en una manera de enseñarme a hacerlo. Aunque yo había resuelto pasar la velada jugando con unos arneses nuevos que había comprado para la ocasión, ya que mi amigo se había tomado tantas molestias no sería de justicia imponer mi criterio y le dejé hacer. Pusimos música, y mientras nos acomodábamos tomándonos unas cervezas me contó que se había hecho un pequeño curso de iniciación al “shibari” y que me daría la experiencia nueva que estaba buscando. Deseosa de disfrutar con aquello acordamos una pequeña palabra de seguridad por si acaso y comenzó a desnudarme.
Me explicó que sería una sesión sencilla para probar, y absolutamente sumisa, me dejé llevar por su voz y sus manos. Prefirió vendarme los ojos para que mis sensaciones fueran aún más intensas. Desde el primer momento el roce de la cuerda en mi piel despertó todos mis sentidos. Y la imaginación, que ahora ocupaba el lugar de la vista, se encargó del resto. Me iba explicando lo que me hacía y a la vez me besaba. Dulcemente ató mis manos a la espalda y en el mismo instante en que noté cómo la cuerda rodeaba con firmeza mis pechos, mis pezones erectos se volvieron locos de placer con su roce. Felipe continuaba su obra de arte con decisión y lujuria, mientras yo me sentía húmeda y ansiosa por ser abrazada en más rincones por aquella cuerda. Cuando la deslizó entre mis muslos comencé a sentir enseguida la excitación de un orgasmo que ya crecía con fuerza en mi interior. Felipe seguía hablándome, lamiéndome, y provocando mis ganas de compartir aquel delirio con su cuerpo. Pero no me dejó. Aquel primer momento era solo para mí. Y de repente yo era mi propio regalo de cumpleaños envuelta en la cuerda del amor. Ni estaba incómoda por la postura, ni sentía dolor con la presión. Todo en su justa medida desató mi delirio, y el goce que aquel sometimiento me estaba haciendo sentir se disparó con un orgasmo intenso que a gritos salió de mi cuerpo para acumularse al placer vigilante de mi compañero que disfrutaba con mi satisfacción en la misma medida.
Felipe me soltó con las mismas caricias que me había atado y continuamos con aquella celebración sexual durante horas, plenamente excitados y acoplados uno encima del otro.
Os puedo asegurar que ya estoy deseando que llegue mi próximo cumpleaños.