Una mano sujetando la cerveza y la otra metida en el bolsillo trasero de su pantalón vaquero apretándole bien el culo. Después de esa llamada de atención, él metía su lengua en mi boca y aquel morreo con sabor a alcohol y a juventud duraba casi una canción entera. Y con esas señales en los conciertos empezaban los rollos con los chicos.
La música en vivo era lo que más nos gustaba en la adolescencia a todos los de mi pandilla, y siempre había alguien en el grupo que sabía dónde ir de gratis a bailar y escuchar buenos temas. Nos valía igual una discoteca, un campo de futbol que un pequeño garito. Los sábados era ese nuestro plan favorito, sobre todo el de mi amiga Laura y el mío.
Íbamos haciendo una lista de los chicos con los que nos liábamos, y aunque no contaba repetir, a veces sucedía. También podía ocurrir que tuviéramos que besarnos con el mismo, pero eso no suponía ningún problema para nosotras, solamente procurábamos que no fuese en la misma noche. Nuestra pandilla era grande: gente del instituto, chicos y chicas del barrio que no estudiaban y, en verano, los primos y allegados de todos y cada uno de los anteriores. Había dónde escoger. Precisamente fue con el primo de Laura con quien intimé más profundamente en un concierto de Héroes del Silencio.
La cosa había comenzado, como siempre, con el truco de meterle la mano en el bolsillo del vaquero después de haber estado tonteando con él antes de entrar, para tantear el terreno. Llevábamos ya dos minis compartidos y el concierto un retraso de veinte minutos cuando nos empezamos a comer las bocas. El entusiasmo y las hormonas nos estaban haciendo venirnos arriba y las manos de mi pareja, mientras yo sujetaba la cerveza, iban cada vez más abajo. Cuando sonaron los primeros acordes de la banda mi cremallera ya estaba abierta y la veda para ir más lejos también. Nos bebimos la cerveza del tirón para poder trabajarnos a cuatro manos y optamos por retirarnos a buscar los baños. Por suerte, con las primeras canciones todavía estaban vacíos y pudimos medio acomodarnos en una cabina limpia para, en vertical, rematar la faena. Tampoco eran situaciones para recrearse mucho en los momentos de placer y los detalles, sino para sacar un condón, ir al grano y lograr una recompensa satisfactoria lo antes posible. Así que con las manos en la pared, las bragas a la altura de los tobillos y el primo de Laura a mis espaldas cantándome en la nuca, disfruté de lo lindo mientras salía y entraba de mí al ritmo de “La flor venenosa”.
Volvimos enseguida a la pista y todavía pudimos disfrutar de más de la mitad del concierto y sin perderme mi tema favorito “Hace tiempo”.
Y realmente hace ya tiempo de todas esas aventuras, pero las recuerdo con mucho cariño ya que aquellos sábados conseguía aunar muy frecuentemente mis dos pasiones: la música y follar. Dos actividades que, a día de hoy, todavía, no me han dejado de gustar. Y a ti, ¿cuál de ellas te gusta más?