Comer y follar. ¿Por qué no aprovechar estas fiestas para combinar estos dos placeres que durante milenios se han considerado complementarios? Y por el camino, ¿por qué no aprender de los antiguos romanos y de sus famosos, eróticos y sensuales banquetes?
Hoy en día, quien más y quien menos, ya conoce la gran importancia que tenían el sexo y la sexualidad en la cultura del imperio romano y cuán diferente era éste de la sexualidad que conocemos hoy en día (sin que uno sea mejor que el otro). Para aquellos que aún no están versados en el tema, les invito a leer mi anterior artículo sobre la sexualidad en la época romana. Y para los que ya saben de lo que hablo, continuemos con el sagrado arte del comer y el follar.
La comida y la acción de comer, desde hace mucho tiempo, han sido consideradas actividades cargadas de erotismo debido a la relación directa que hay entre la boca y los genitales. Ambos órganos se usan para recibir placer, ambos se usan para el sexo, ambos contienen una gran cantidad de terminaciones nerviosas y ambos cogen color al excitarse y se calientan realzando su atractivo frente a su pareja sexual. Por otro lado, la boca también se consideraba el vehículo de comunicación con el amante, ya fuera para encandilar y atraer al amante a través de versos y de prosa, para pintar su piel con los labios, beso a beso, o para hacer disfrutar sus genitales entre orgasmos.
Por otro lado, es fácil entender la comida de la misma manera en la que se entiende el sexo. Ambas pueden prepararse lentamente antes de satisfacerse, y ambas complacen a los 5 sentidos. En el caso de los romanos, ambas acciones se ejercían tumbados (recordar que para los romanos la normatividad sexual estaba en la postura y no en la pareja). Por este motivo los banquetes romanos durante una época fueron considerados un punto de gran importancia dentro de su sexualidad. No porque se follara mientras se comía, sino porque, debido a su alta carga de erotismo, estos eran el preludio más inminente al sexo. En ellos conocían a parejas sexuales de su misma clase social, comenzaban los lisonjeos y los coqueteos y se daba pie a los juegos sexuales posteriores.
La relación entre comer y follar es algo que se ha dado asiduamente a lo largo de la historia, y de forma transversa, en una gran variedad de culturas. Pero este fenómeno no debe entenderse como una repetición, sino como una interpretación pues la semántica y el contenido del erotismo es más cultural que sexual.
Aquello que es considerado o no erótico dentro de una cultura tiene que ver con el contenido de la misma. Su idioma, su forma de pensar, su manera de entender el mundo y todo lo que se engloba en ello. De la misma forma que no existe una única y correcta sexualidad, no existe una única y correcta forma de entender el erotismo.
En el caso de los romanos, y más en el caso de la comida y los afrodisiacos, podríamos decir que sus criterios son más artísticos que mágicos o científicos, debido a su contenido metafórico. El propio nombre de los afrodisiacos proviene de la Diosa Afrodita (la Venus romana). Estos solían funcionar por asociación visual, sin contar aquellos afrodisiacos que se usaban por su componente desinhibidor como el alcohol u otras drogas.
Zanahorias, calabacines y puerros eran considerados afrodisiacos por sus formas fálicas. Moluscos y ostras por su parecido a la vulva. Melones, melocotones y peras por sus formas de pechos femeninos. Pero no siempre era necesario que los ingredientes tuvieran formas de genitales ya que también se les podía dar forma. Algo que hoy conoceríamos como repostería erótica, no es algo tan original como pudiéramos imaginar. Los antiguos romanos ya disfrutaban de dar forma a sus postres con todo tipo de anatomías y formas sexuales que podamos imaginar. El objetivo de este tipo de afrodisiacos era excitar a los comensales ofreciendo una imagen lo más exacta posible de lo que posteriormente iban a llevarse a la boca después de comer, motivo también por el cual tanto los utensilios, la vajilla y la decoración del banquete solía estar ornamentada con motivos sexuales.
Lo más común en estos banquetes era que una vez terminados se diera paso al alcohol, la poesía, la música y la danza. Para, una vez digerida la comida, buscar el placer y follar hasta quedar exhaustos y felices.
¿Y dicho esto, por qué no darnos un auto-regalo y ofrecernos en estas fiestas un festín cargado de erotismo y sexualidad con un estupendo final feliz?
Aprendamos de aquellos que nos precedieron y dediquémonos un día a satisfacernos oralmente con todos aquellos placeres que puedan proporcionarnos nuestras bocas.
Y felices fiestas.