¿Te imaginas que cada ciclo menstrual, en lugar de vivirlo como una tragedia o como un castigo, lo vivieses como una oportunidad para renovarte y conocerte?
Vivirlo como un don, tal y como hicieron nuestras antepasadas, esas mujeres menstruantes para las que cada ciclo significaba una fuente de sabiduría y renovación, que conectaban con la luna y sus fases y que solas, o junto a otras mujeres, empleaban ese potencial que les brindaba cada fase de la menstruación.
La menstruación es más allá que un sangrado o que el inicio de un ciclo más en donde no se concibe a un bebé. Es mucho más que un periodo molesto en el cual muchas mujeres sufren tanto mental como físicamente, durante el que algunas se sienten deprimidas, culpables, irritadas, hinchadas, torpes y en donde muchas se dedican solo a combatir los síntomas. Lo que se ha ido transmitiendo y enseñando de generación en generación sobre este tema es desinformación, miedo y un sinfín de tabúes, muchas veces por el propio desconocimiento de las transmisoras que, precisamente, es así como lo viven. Por este legado recibido, muchas niñas han sufrido una primera experiencia menstrual aterradora.
Pensemos cuántas mujeres gozan del don de ser menstruantes y a cuántas se nos ha guiado para vivir esta experiencia como un periodo de creatividad, crecimiento y descubrimiento de nuestros propios dones. No muchas ¿verdad? Es el momento de cambiar esa errónea perspectiva y resignificar nuestra menstruación y sus ciclos, para conocerlos y saber emplear sus dones creativos, espirituales y sexuales.
A través de los años el cuerpo de la mujer se ha sometido a muchas y diversas miradas de apreciación y calificación, lo que ha hecho que, sobretodo en las culturas más patriarcales, hablar abiertamente sobre la regla era impensable. El cuerpo de la mujer está regido por normas sociales de belleza, estereotipos que provienen de otras personas, es decir de fuera hacia dentro, que nos juzga. Pero ¿qué es lo bello o lo normal? Lo normal depende de la época, de la cultura, de la sociedad y de las modas. Así que lo que hoy puede ser normal, hace 20 años era una aberración, y lo que hoy se considera atípico y anormal, en cinco años puede ser lo más natural. O bien, lo que en Europa puede ser una locura, en África podría ser de lo más natural.
Vemos que en determinadas culturas ancestranles se consideraba a la mujer durante la menstruación como sagrada y santa, incluso era respetada y venerada, cuando por el contrario en otras épocas se le ha visto sucia e impura obligándola, en cuanto apareciesen las primeras manchas de sangre, a mantenerse alejada, confinada y apartada del resto de la comunidad hasta el punto de ser calificadas como altamente peligrosas. En algunas culturas este confinamiento podía durar hasta siete años y en otras se consideraba fruto del «pecado original» prohibiéndoseles el contacto con los niños. En algunas sociedades, y en la actualidad, algunas religiones siguen prohibiendo entrar en las zonas de culto a las mujeres durante el periodo menstrual y ni tan siquiera pueden tener contacto físico con el género masculino mientras se encuentran sangrando.
Aunque parezca lo contrario, este aislamiento histórico no ha sido del todo negativo gracias a que las mujeres sabias convertían estos periodos de exilio en momentos completamente positivos, transformándolos en una oportunidad de enseñanza y aprendizaje. Las mujeres mayores, que ya habían experimentado el contacto con su propia naturaleza, comienzan a transmitir esta sabiduría a las más jóvenes, instruyéndoles sobre la belleza de sus cuerpos, las energías que pueden ir descubriendo y las tradiciones espirituales que les acompañarán durante toda la vida. Este aprendizaje les hace sentir en equilibrio y armonía con su propia naturaleza, en conexión con la tierra y les enseña a utilizar este don en beneficio de sus familias y de la comunidad.
Esta corriente de armonía con la propia menstruación, aunque en menor medida, se ha retomado en la actualidad bajo el nombre de carpas rojas o en círculos de mujeres. Estos grupos enseñan a resignificar este momento más allá de vivirlo como esos cuatro a seis días de dolor y sufrimiento, de todo un mes de vaivén hormonal y una montaña rusa de emociones. Las mujeres se reúnen para compartir sus vivencias, unirse a través de momentos artísticos como bailar, escribir o cantar; realizan meditaciones que ayudan a conectar y a escuchar el cuerpo desde dentro hacia afuera. Cuentan historias, toman té y disfrutan de la compañía y conexión con otras mujeres para simplemente hablar, llorar, reír o compartir. Porque a veces eso es lo único que nos hace falta.
Generalmente muchas mujeres menstruantes se odian a sí mismas y se sienten culpables incluso desde el síndrome premenstrual, que puede presentar una sintomatología aún más intensa que el propio periodo menstrual. Se frustran por sentir depresión, irritabilidad, hinchazón y por no poder fluir de la manera que ellas creen es la esperada dentro de la sociedad y dentro de la familia. Se sienten incomprendidas, un sentimiento que no saben canalizar.
Creo que una de las agresiones que pueden afectar más hoy en día, tanto a hombres como a mujeres, es el hecho de separar la salud física de la mental al pensar que el comportamiento del cuerpo es diferente al de la mente. Muy al contrario, para el correcto funcionamiento del cuerpo humano, debe haber una armonía y funcionamiento interno de espíritu, mente y cuerpo.
Es aquí donde debemos detenernos para cuestionarnos ¿cómo vivo yo mi propia menstruación?
Aparte de sentir ciertos malestares, más o menos intensos, algunas mujeres se sienten enfermas y pasan a convertirse en víctimas de este proceso natural. Su cuerpo es ahora un objeto, incluso de mercado, al que hay que venderle productos con el objetivo de «no sentir nada» para poder continuar funcionando en las actividades cotidianas. Viviendo para el exterior, cada vez más desconectadas de su cuerpo y sexualidad, como si «no sentir» fuera realmente la felicidad, suprimiendo cualquier tipo de sensación y conexión con el cuerpo. Evitar la victimización y darnos recursos mentales para superar esos dolores, esas incomodidades con nuestro propio útero y con los genitales, es la estrategia que nos ayudará a conectar con el interior de nuestro cuerpo. Es la mejor manera de comunicarnos con él, no reprimiéndolo, para así poder disfrutar también y conectar con el placer.
Debemos hacernos conscientes de nuestros propios ciclos y conocer el modo en el que nos afectan, para lo que tenemos que tener en cuenta nuestro pasado menstrual:
- Cómo nos transmitieron nuestras madre, abuelas o las mujeres que nos rodeaban, qué era la primera menstruación.
- Cómo lo percibimos: si lo vemos como algo vergonzoso, aterrador o negativo.
- Cómo hablamos de ello con otras personas.
- Cómo viven, o han vivido, nuestras parejas este hecho.
- Qué nos han transmitido nuestras parejas al mantener relaciones sexuales en ese momento.
- Qué te produce a ti el contacto con tu sangre mientras estás con tu periodo.
- Evaluar si has tenido experiencias negativas durante este proceso natural.
El ciclo mentrual que se encuentra dividido en cuatro etapas – menstruación, folicular en la que se detiene el sangrado, ovulatoria que es la fase de ovulación y luteal, que comprende desde que se ovula hasta que empieza el sangrado -, puede durar de 26 a 32 días y suele comenzar alrededor de los 12 años y terminar alrededor de los 50, nos acompaña gran parte de nuestra vida, por lo que es fundamental aprender a conectar con las energías que nos genera en cada momento. Sensaciones, sentimientos y síntomas que al ser identificados y resignificados podremos asumir, aplicando este aprendizaje a nuestra vida cotidiana para sacar el máximo potencial de nuestra creatividad, sexualidad y conexión física, espiritual y mental.
Texto editado y corregido por Más Allá del Placer.