Las pasadas navidades van a ser insuperables. Ya estamos dándole vueltas a cómo celebrarlas este año, porque el anterior creo que llegamos a nuestro límite.
Y reconozco que quizás, seamos más originales que la media.
Pablo y yo nos planteamos un juego bien divertido: en cada comida o cena navideña debíamos follar. Daba igual si era una fiesta de empresa, de familia o con amigos en los bares. Por supuesto, la gracia estaba en hacerlo en ese sitio en concreto en el que estuviéramos. Y además, con el añadido de que si estábamos celebrando juntos sería una cuestión de buscar un lugar para escondernos y echar un polvo rápido, pero si no, el reto estaba en ligar y enrollarnos con alguien allí. Al final de las fiestas echaríamos cuentas y ya veríamos quién ganaba.
Para empezar, me tocó la comida del trabajo la semana antes de Nochebuena. Pablo la tendría un par de días después, y también conseguiría pasar la prueba con éxito. Al principio me pareció que sería difícil porque no quería enrollarme con ningún compañero ya que eso siempre es un problema después, sobre todo si yo no tengo ningún interés en repetir, hasta que caí en la cuenta de que la meta era el sitio y no con quién, así que me ligué a un chico de otra empresa que también andaba de celebración y nos pegamos un buen revolcón en el baño.
A continuación llegó la tradicional merendola con mis amigas de la universidad. Aquí fue más fácil porque directamente les conté la labor que me traía entre manos y me ayudaron a ligar con el camarero, que ni corto ni perezoso me hizo un estupendo cunnilingus en el almacén de la pastelería.
Después fue la cena del 24 en casa de la familia de Pablo. Ahí ya pudimos enzarzarnos rapidito el uno con el otro, en la antigua habitación de mi chico, entre el discurso del rey y los canapés de mi suegra.
El día de Navidad, tocó comer en casa de mis abuelos maternos. Tuvimos que apañarnos en el baño porque es un piso pequeño que no tiene muchas habitaciones y tampoco era plan de dar el espectáculo.
Al poco tuvo Pablo el almuerzo con los amigos de su barrio del que también salió triunfador.
El día de los Inocentes yo siempre cenaba con un grupo de amigos que había hecho en un curso de inglés. Ese rollete sí que fue fácil. Sencillo y deseado, porque ya le tenía yo echado el ojo a un alemán que todavía casi ni hablaba español.
La noche de Reyes era fiesta obligada con las parejas con las que salíamos siempre de vacaciones de verano. De nuevo con Pablo, buscamos un rinconcito en la discoteca para meternos mano con discreción y rematar como adolescentes temerosos. Muy divertido.
El día 6 de nuevo comida con mi familia, ahora la paterna. Demasiados primos, aunque al final conseguimos escabullirnos al trastero y casi sin sudar echamos un polvazo de pie, con Pablo a mis espaldas, casi como los del principio de nuestra relación.
Para terminar, la noche antes de volver al trabajo, Pablo y yo hicimos el recuento, lo que nos llevó a rematar con una muy buena sesión de sexo, porque eso de darnos los detalles nos excita mucho. Y quedó claro: todo muy igualado. Se nos da muy bien, la verdad. Pero igual estas navidades nos pasamos a algo más tradicional: regalos, villancicos, alguna copa, las doce uvas… ¡salvo que se nos ocurra rápido otro jueguecito!