Cualquiera podría pensarse que llegados a cierta edad, pongamos pasados los cuarenta o a lo mejor los cincuenta, la pasión ocasional ya no nos va a pillar nunca de cualquier manera. Siempre dispondremos de un piso, un hotel al que recurrir o en última instancia estará el coche para hacernos un buen servicio. Pero la realidad es bien distinta y siempre más surrealista de lo que nos podamos imaginar. Porque a veces esa circunstancia sucede de modo inesperado y te sorprende en el momento más inoportuno y así, de manera súbita, te encuentras abrazada o abrazado a alguien con quien no pensabas tener nada, e intentando mantener una relación sexual apasionada sin tener donde meterte para follar.
Así le pasó a mi amiga Lorena, la cual un buen día, o mejor dicho, una noche cualquiera, se encontró de repente como cuando tenía quince años besándose por las esquinas y metiéndole mano con ansias al hombre que había conocido a través de unos amigos en un bar. Como el calentón les dio en pleno paseo romántico de madrugada a orillas del mar, no fueron capaces de encontrar un lugar escondido, ni una recóndita cueva formada por las rocas, ni tan siquiera los baños de un chiringuito cercano, ni nada. Se encontraban en una fabulosa playa amplia y diáfana a lo largo y a lo ancho. La opción de meterse en el agua para tener sexo se le pasó a su acompañante por la cabeza, pero a Lorena esa propuesta le pilló con demasiado frío para arriesgarse a coger un constipado. De modo que no queriendo posponer aquel encuentro saliendo de la playa para buscar donde refugiarse, optaron por hacerlo tumbados en la arena procurando ser lo más púdicos posibles y sin desnudarse más de lo necesario. Pero hoy día, al problema de que te sucedan estas cosas de modo imprevisto y de que te veas obligado a no montar un escándalo público, hay que añadirle que ahora no puedes saber si ese momento, en teoría íntimo, pasará a engrosar la nutrida lista de videos virales sobre tórridos encuentros sexuales que los más atentos observadores se dedican a grabar para colgar en Internet. Y así mi amiga y su ardiente hombre tuvieron claro que podrían estar siendo grabados por cualquiera desde cualquier ventana de los muchos rascacielos que perfilaban el paseo marítimo. Ni que decir tiene que eso no les cortó de rematar la faena y aliviar su pasión, pero todavía hoy, pasados ya muchos meses de aquello, Lorena sigue rebuscando por Internet videos de esa índole por si acaso los hubieran pillado y estuvieran siendo el hazmerreír de las nuevas generaciones.
Porque tengo otro amigo, Carlos, al que sí que le cazaron en flagrante disfrute y éxtasis. Éste fue en un contexto diferente, en plena montaña, entre frondosos y oscuros pinares. Allí, estando tranquilamente de paseo le vino el arrebato pasional con su pareja habitual y no pudiendo esperar a llegar a casa, porque él tiene la teoría de que nunca hay que desaprovechar el momento cuando te pueden las ganas, se desfogaron desnudos los dos de cintura para abajo. Obviamente estaban convencidos, después de mucho comprobar el terreno alrededor, que nadie acechaba en varios kilómetros a la redonda, y que si acaso tendrían algún espectador, sería un ciervo despistado. ¡Pero qué equivocados estaban! De lo bien que se les dan las artes amatorias tanto a Carlos como a su novio, ahora son testigos miles de seguidores del canal de un famosillo adolescente que todavía no es consciente de hasta donde puede llegar el ser humano cuando una pasión correspondida te sale al encuentro.
Por eso, si alguna vez veis algún video de pilladas de este estilo, poneos en el lugar de esos pobres amantes que no han tenido donde refugiarse y pensad en todo lo que habrán dejado de hacerse por no estar seguros de quiénes podría estarles mirando. A mí no darse uno al otro todo el placer que se desea me parece muy triste.