Confieso que para mí siempre había sido solo una leyenda urbana, como esa de la chica de la curva o la otra de aquellos hombres que te daban droga a la salida del colegio, por eso me gustó tanto cuando Laura me llamó para contármelo.
Mi amiga lleva varios años en una aplicación de contactos disfrutando de su cuerpo y, por supuesto, del de los demás. A través de ella ya había conocido a un chico que le había pedido la ropa interior que llevaba puesta, ese mismo día que habían follado. Y como le hizo mucha gracia, por original, volvió a desnudarse pues se encontraba ya vistiéndose, y se las regaló. Sin embargo, en esta ocasión, su última conquista le había propuesto comprarle unas braguitas usadas antes incluso de haberse conocido carnalmente. Tras el clásico tanteo que se habían hecho fuera de la aplicación y varias conversaciones muy subidas de tono, acompañadas de fotos de muchísimos modelos de bragas y tangas, lógicamente con otro fin, a Laura le ofreció pagarle por ellas.
Al principio pensó que sería una broma, o la fijación de algún pirado, pero se puso a investigar y dio con varias páginas web en las que se vendía dicho material. Y no solamente de encajes y tallas pequeñas, sino de los modelos más variopintos y menos libidinosos que puedas imaginarte. Así que consintió y en ese mismo momento intercambiaron la mercancía y el dinero. Ahora Laura ha entrado en ese negocio y está encantadísima, de hecho dice que tiene tanta demanda, que casi, casi, «se las quitan de las piernas».
Al día siguiente lo comenté con Pablo y, tras encontrar todo esto muy divertido, ambos coincidimos en lo importante que tendría que ser normalizar lo que nos erotice a cada uno. Tanto es así, que un par de noches después, recibí un video de mi novio. Había querido probarlo por él mismo y se había grabado en algún momento, sin que yo lo viera, husmeando entre mis cajones de ropa interior y en el cubo de la ropa sucia. Con el móvil situado sobre mi mesilla, para olvidarse de él, pude verle gozando, desnudo, frotándose mis braguitas por su pecho; ver su rostro de éxtasis mientras aspiraba el aroma de mi tanga de la semana anterior; y sobre todo pude escucharle hablando de mis encantos, de lo que le excitaba mi olor cuando teníamos sexo y de cómo ahí sentado lo estaba recordando. En un pispás, se puso de cero a cien y, para mi deleite, le vi tener un orgasmo en mi cama bien acompañado por toda mi ropa interior. Y reconozco que entendí todo mucho mejor.
Es evidente que como fetiche puede resultar tan interesante como cualquier otro, sin embargo, lo que me llamó la atención desde un primer momento, fue que se pudiera llegar a pagar tanto por unas bragas sucias. Aunque, si lo piensas despacio, seguro que puedes perfectamente imaginarte a esa persona que disfruta tocando, oliendo y refregando esas braguitas por su nariz y por sus partes íntimas, y llegando a unos orgasmos estupendos en la soledad de su hogar, o quizás acompañada. Esa es la mejor parte de todo esto: que cada cual pueda llegar a excitarse con lo que le parezca más oportuno y que todos podamos disfrutar de un sexo libre que además no molesta a nadie. Si le añadimos a eso que ha habido quien ha encontrado un nicho de mercado y una oportunidad para montar una página en internet donde vender ese material, entonces ya, ahí es cuando yo me quito el sombrero. Quizás porque soy poco emprendedora y nunca he sabido ver la ocasión de un buen negocio.
Así que ya sabéis: haced uso de todo lo que tengáis a vuestro alcance para disfrutar y si no, buscadlo en la red, que seguro que lo encontráis.