En enero os hablé de la jatte-tetón o el bol-sein, y esta vez el asunto también va de cuencos; bueno, de bourdalou y de cierto padre jesuita y sus sermones, de micciones y tartas de peras y almendras. Quizás creáis que algo desentona, mas os adelanto que no es así.
Empecemos:
Louis Bourdaloue (1632-1704) fue un jesuita francés célebre en la corte de Luis XIV y al que apodaron Rey de los predicadores y predicador de los reyes, cuyos discursos se decía que eran interminables (una media de dos horas). Si hoy bregamos en plena sala de cine con las ganas de hacer pipí en mitad de la película que se está emitiendo, por entonces la cosa no era muy diferente.
Y a grandes males, grandes remedios:
Hete aquí un recipiente de porcelana con forma oblonga, que se concibió para que encajara entre muslo y muslo y posibilitara que las féminas orináramos de pie o en cuclillas sin mancharnos y ciertamente disimuladas bajo nuestras amplias faldas. Tengamos en cuenta que las bragas o semejantes todavía no existían como tales. Una vez miccionadas, el bourdalou (conocido en Italia como burdalò) se entregaba al pertinente criado con el cometido de que lo vaciara.
Algunos de estos orinales tenían tapa, otros no y su apariencia nos evoca a la de una salsera. El asa facilitaba agarrarlo y el pico ayudaba a verter la orina; acostumbraban a estar ornamentados con primor, adecuados al rango social de las poseedoras, que por lo general eran de alta alcurnia, ya que, de lo contrario, no quedaba otra que apañárselas. Cabe destacar que el pudor de aquellos tiempos casi o nada tiene que ver con el presente. El uso de esta clase de orinal destinado en exclusiva a nosotras estuvo muy extendido a lo largo del siglo XVIII y, pese haberse bautizado en prez a tan locuaz hombre, desconocemos quién o quiénes fueron los que lo inventaron.
Se conservan numerosos ejemplares y muchos de ellos se encuentran en fantástico estado, lo que nos permite apreciar los mencionados y exquisitos detalles, que, en ocasiones hasta se habían realizado empleando pan de oro y con un surtido abanico decorativo: flores, aves, insectos, paisajes, escenas evocadoras…
¿Y qué hay de lo concerniente a las tartas de peras y almendras? Bien, la Tarte Bourdaloue es un pastel parisino elaborado por primera vez alrededor de 1850, compuesto por generosos y jugosos pedazos de peras escalfadas en almíbar sobre una masa sablée rellena de crema de almendras tipo frangipane y, por encima, espolvoreada con trocitos de macaron y avellanas, aunque en la actualidad se suele engalanar con almendras laminadas y sucre glace. Y ahora diréis: «Anda, a este sermoneador, además de dedicarle un práctico orinal femenino, le consagraron también una tarta», no obstante, y por más que existan medios que lo aseveren, no es acertado, pues el pastelero estaba afincado en la parisina rue Bourdaloue y de ella tomó su nombre; pero, por descontado, la calle se llamaba así en honor a Louis Bourdaloue.
Yo no sé vosotros y, si gustáis, tildadme de loca, sin embargo, me enorgullecería tanto que bautizaran en mi nombre un orinal como una tarta; a fin de cuentas, ambos han hecho historia a su manera, ¿no?
Texto corregido por Silvia Barbeito y con ©.