Quizás fuera por mi costumbre de llevar generosos escotes incluso en pleno invierno o por la inevitable convivencia con los compañeros de trabajo, que se empeñan en repartir los virus a diestro y siniestro, el caso era que este fin de semana yo estaba con una gripe de manual. Una auténtica faena teniendo en cuenta la cantidad de planes que tenía, y entre ellos un concierto de una de las bandas actuales que más le gustan a mi buen amigo Juan Luis. Aparte de estar como un queso y ser un amante ocasional estupendo, es tan buena persona que pese al cambio de planes se prestó amablemente a hacerme compañía el sábado por la noche de camino que me abastecía de los medicamentos que necesitaba para pasar el trago.
Al llegar a casa me encontró echa un ovillo en la esquina del sofá como si intentara fusionarme con los cojines. Se sentó a mi lado sin miedo al contagio y mientras decidíamos qué serie íbamos a ver en esos canales de pago que tanto me gustan, yo me fui preparando un cóctel variado de analgésicos y antitérmicos. Confieso que de entrada no pensé más que en lo agradable de la compañía de alguien que te mima mientras estás penando y soportando un gran catarro. Y es que cuando te pilla una buena gripe con todos sus síntomas, lo último que te apetece es tener fiesta con nadie. Ya hablamos una vez sobre lo molesto que es estar con mocos y andar follando. Pero los dolores musculares, que te retumbe la cabeza al toser o que la fiebre no te de tregua, es otro cantar. Sin embargo, ¿verdad que es muy agradable poder estar con alguien tirada en el sofá mientras esa persona te acaricia y te va susurrando que te vas a poner mejor muy pronto?
Tras un par de capítulos de la serie escogida, Juan Luis me preguntó cómo me encontraba y yo le invité a que tocará mi mano bajo la gruesa manta que me envolvía. Allí comprobó con sorpresa lo gélido de mi tacto mientras se preguntaba cómo podía tener fiebre con esa temperatura en las extremidades superiores. Acercó su mejilla a la mía mientras seguía sujetándome la mano para ver si esa frialdad se repartía de manera uniforme por mi cuerpo y por un descuido nuestros labios se rozaron. En ese momento que nuestras miradas se encontraron, nos sonreímos y nuestros cuerpos ardieron intensamente pero por dentro.
No sé si fue por la enfermedad pero un espasmo me hizo saltar y un escalofrío extra me atravesó de lado a lado. Mi amigo que se dio cuenta enseguida se dispuso presuroso a apaciguar mi inquietud deslizando primero la mano y a continuación su cuerpo bajo ese microclima creado por mi manta donde nos envolvimos los dos. El nada glamuroso pantalón de franela de mi pijama desapareció rápidamente y él se introdujo con paralela rapidez dentro de mi. Follamos con lentitud y deseo, sin aspavientos y con meticuloso cuidado para que en ningún momento el frío del exterior entrase bajo nuestra cobertura y para que ningún movimiento brusco molestase a mi cuerpo. Una mano de Juan Luis sujetaba la manta del sofá por una esquina mientras la otra corría por mis pechos. A su vez yo agarraba con una su culo y con la otra el otro extremo de la manta. Así hasta que llegamos a un febril orgasmo jadeando entre el placer y la congestión.
A continuación volvimos a acurrucarnos bajo la manta frente al televisor. Y en ese momento me di cuenta de dos verdades: que cambiar planes sobre la marcha siempre puede ser muy interesante y que sudar es efectivamente muy bueno para soltar el resfriado sobre todo si se suda acompañada.
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