¡Venga, vamos a ello! ¡Vamos a andar!
No puede ser que llevemos una semana encerrados en casa y aún no hayamos encontrado el momento para hacerlo. Y como esa era la realidad, una semana sin follar, tal cual me planté ante Pablo y se lo solté a la cara. ¡Pero aquí no! Vamos a darle un poco de vidilla a esto y mejor nos echamos a la calle. ¿No dicen que hay que salir a andar para ejercitar el metabolismo? ¡Pues vámonos! Pablo me miró entre perezoso y pícaro, pero se enfundó el pantalón del chándal y las zapatillas, activó el contador de pasos de su reloj inteligente y me siguió farfullando no sé qué sobre mis arrebatos deportivos.
Dimos un largo paseo de la mano, recuperando el contacto físico y nuestras caricias, hasta que habiendo calentado lo suficiente y caminado de más, decidimos pasar a la acción y comenzamos a buscar los mejores rincones donde manosearnos en la medida justa para que no nos detuvieran por comportamiento indecente. Primero fuimos haciendo algunas paradas por los portales de la calle. Al encontrarnos en una zona antigua, tuvimos la suerte de dar con muchos de ellos abiertos, y acurrucados en la oscuridad de aquellas entradas, nos besamos y nos metimos mano persiguiéndonos de unas a otras, jugando como adolescentes. Como ya empezábamos a notar el calentón y las ganas de más, nos sentamos en un viejo banco de hierro, a disposición de los transeúntes. Sentada sobre las rodillas de mi novio, le ofrecí mil besos húmedos más hasta que fui capaz de sentir cómo se clavaba su miembro duro entre mis nalgas. Pero en ese dulce momento Pablo, se deshizo de mí e incorporándose con inusitada agilidad, se sacudió los pantalones, intentando disimular su erección, y extendiéndome su mano me jaleó entre risas:
-¡Venga Amy, que hemos salido a andar y todavía no hemos hecho ni tres mil pasos!
Sin saber si reír o enfadarme, le seguí a paso rápido hacia el final de la calle, mientras le iba recordando a gritos que, en realidad, la finalidad de nuestro paseo había sido otra. Ni corto ni perezoso, me hizo darle dos vueltas al parque a paso rápido aunque, para compensarme, o quizás para tirar de mí con una motivación más fuerte que la sencillamente deportiva, con la que sabía que tenía todo perdido, se dedicó todo el camino a ir contándome lo que me haría al llegar a meta. ¡Y eso sí que me gustaba! Aquel juego de ir dándome los detalles de cómo iba a desnudarme en cualquier rincón entre los arbustos, y cuánto tiempo iba a estar lamiéndome antes de que alguien nos pudiera ver, me estaba insuflando un extra de energía nada habitual pero muy excitante. Cada vez me hacía caminar más deprisa y ya estaba empezando a sudar, pero tan atenta estaba a sus palabras que no me di ni cuenta de que hacía un buen rato que habíamos salido del parque y enfilábamos la calle de nuestro apartamento.
Para cuando pude recuperar el aliento ya estaba desnuda y sentada a horcajadas sobre Pablo en el sofá de casa poniendo fin a la sesión deportiva con un movimiento de caderas acelerado e intenso. Nuestro sudor compartido, las endorfinas segregadas con el deporte y las ganas acumuladas nos hicieron disfrutar de un buen y largo rato de sexo muy anhelado. Y del sofá pasamos a la ducha y rematamos la faena como corresponde: limpios y relajados. ¡Ah! Y con más de seis mil pasos hechos!