Hace unos meses estuve sacando al perro de mi amiga Loli al parque durante la semana que me lo dejó en custodia, mientras ella atendía un viaje de negocios, y fue como cuando iba con mi prima y su bebé de paseo. Todos se acercaban, te preguntaban si comía bien y si cagaba a sus horas. Pues con los perros igual. Se me acercaban a ver qué tiempo tenía, me preguntaban si le daba pienso o no, si se le caía mucho el pelo, y de vez en cuando hasta sacaban chuches para perros y preguntaban a todos los dueños si podían darles una golosina a los que allí se encontraban. Es un mundo que personalmente no me interesa tanto como para tener un animal propio, pero es muy divertido para ocasiones puntuales.
Lo mejor de todo es que se liga mucho más rápido que cuando llevas un bebé porque, quieras que no, el bebé tiene muchas más posibilidades de ser tuyo y eso es siempre un obstáculo a la hora de enrollarte con alguien porque tienes que estar más pendiente. Así que la segunda vez que bajé al perro de Loli ya había hecho un amigo muy bien parecido. Este chico tenía un labrador negro bien hermoso y obediente, y mi perrito era un chucho muy cariñoso que curiosamente respondía al mismo nombre que mi nuevo amigo: Pepe. Mi amiga tenía sus razones para haberlo llamado así, pero ahora no es momento de explicarlo. La confusión fue evidente nada más llegar al parque canino. Yo venga a llamar a mi mascota y Pepe, el humano, girándose constantemente al sentirse interpelado. Eso nos llevó a ponernos enseguida a charlar, primero de perros y después de nuestros otros intereses. La tercera tarde que bajamos a pasearlos ya nos estuvimos dando una vuelta los cuatro solos por el barrio e incluso nos tomamos unas cervezas. Ni que decir tiene que de eso a darnos un revolcón no pasó mucho más tiempo.
La primera vez nos pillaron las prisas del arrebato pasional y nos enrollamos en un portal mientras nuestros perros nos miraban casi con admiración.
Fue un polvazo rápido, de pie, yo contra la pared y él desde atrás, que a las mascotas debió de sonarles mucho. Para el segundo encuentro, aún sin querer concretar una cita oficial sin testigos acompañantes, aprovechamos la última hora del paseo nocturno para pegarnos un buen repaso manual tras la zona más frondosa del pinar junto al parque, mientras nuestros animales se desfogaban corriendo alrededor. Esa noche todos dormimos como nunca tras el buen ejercicio hecho. El tercero, ya decidimos que fuese en el apartamento de Pepe, pero como a mi Pepe no podía dejarle solo en casa porque lloraba mucho y los vecinos se quejaban, también me lo tuve que llevar a su piso. Aunque esta vez creo que ellos dos también tuvieron su propia relación amatoria que no quisimos interrumpir. Bueno, que no pudimos interrumpir, mejor dicho, porque Pepe, el humano, estuvo haciendo un maravilloso trabajo lamiendo sin descanso todas las zonas importantes de mi cuerpo.
Por supuesto jugamos a los perritos y a muchas más cosas.
Y, entre otras cuestiones, es por esto, por lo que mi amiga Loli cada vez que sale de viaje se va tranquila, porque sabe que yo no tengo inconveniente en cuidarle a su mascota y además siempre le encuentro nuevos amigos.