Amy y la mafia internacional

Los sueños eróticos pueden llegar a ser tan reales que, a menudo, solemos confundirlos con la realidad disfrutándolos a tope.

¡Qué cosa más curiosa son los sueños! ¿Quién no se ha interesado nunca por el significado de un sueño que haya tenido? Ahí andan de noche pululando por nuestro subconsciente todas esas historias que oímos, leemos, vemos o directamente experimentamos a los largo de nuestro día a día. ¡Pero, mira que tenemos sueños raros! Y lo que es aún más raro, es que podamos soñar con historias de lo más extravagantes, esas que no sabemos cómo han ido a parar a nuestras neuronas. Pues yo las recuerdo casi todas. O al menos buena parte de todas esas historias. Y algunos de las mejores son sueños eróticos. Si. Lo digo así de claro porque de esos sueños además de recordar los hechos, recuerdo perfectamente las sensaciones.

Blog de Amy Labelle
Ilustración de Francisco José Asencio Ibáñez.

Hace precisamente muy pocas noches tuve uno muy divertido. Un sueño de acción en el que me vi obligada a negociar con el jefe de un grupo mafioso ya entrado en años pero muy, muy atractivo. Vivía en la suite de lujo del mejor hotel de la costa y de repente, por una serie de circunstancias de lo más normales en los sueños, me vi infiltrada como espía para la Interpol y a la vez en su habitación embutida en una carísima ropa interior. Tengo que decir que recuerdo absolutamente todo el momento con detalles minuciosos. Aquel señor de porte caballeroso, impecablemente vestido de blanco con un maletín oscuro en su mano derecha y un enorme paquete en la entrepierna, que hizo que aumentase mi interés por él, se dirigió a mí ignorando mi escasa vestimenta, como si ya me conociera de algún otro sitio. Cruzamos un par de frases sobre el negocio que acababa de realizar y concediéndome un poder que yo ignoraba que tenía, me preguntó si yo estaba necesitada de atenciones y caricias por su parte. Por supuesto asentí inmediatamente, ya que esas oportunidades no hay que perderlas ni en sueños, y enseguida lo encontré desnudo a mi lado en la cama, esperando que yo le pidiera lo que quisiera. Así que empecé a pedir.

Primero un masaje en la espalda, que me dio solícito con un aceite aromático, para pasar a continuación a cubrirme el vientre y los pechos de pequeños besos, que es una manía personal que suelo reclamar a todos mis amantes. Después le pedí que me entonara con besos húmedos y palabras malsonantes. El cabecilla del grupo más peligroso, buscado internacionalmente, se movía por la cama a mi alrededor con delicadeza y una potente erección a la que no hacía caso, enfrascado en servirme y colmarme de atenciones. No tardé en pedirle que deslizara sus dedos en mi interior y se entregase a prodigarme caricias mucho más íntimas y excitantes. No quería que él disfrutase tanto como yo. Ni tan siquiera que se tocase. Mi cometido era desarmarle por completo y dejar en evidencia todas sus debilidades para que el inspector que le iba siguiendo pudiese detenerle sin perder a ninguno de sus hombres. A lo mejor yo no había entendido bien el encargo que me había hecho la policía, pero en mi sueño no podía estar más indefenso y desarmado. Le pedí finalmente que me hiciera tener un orgasmo violento y largo sólo con su lengua. Yo seguía en ropa interior y  conociendo que su habitación estaba totalmente plagada de cámaras de vigilancia mis ganas de estallar estaban ya al límite.

Cuando mis propios gritos me despertaron, mi mano derecha seguía empapada y el lujo alrededor se había transformado en un mobiliario sencillo y barato que me recordó lo fugaz e irreal de los sueños. ¡Pero qué maravilla es abrir los ojos cuando acabas de tener un orgasmo de película!

 

 

 

 

 

 

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