Lo conocí en la feria de abril. Aunque ni era abril, ni la feria de Sevilla, pero para tener ganas de bailar, pasarlo bien e ir vestida de flamenca, cualquier fiesta con amago de aire andaluz es un buen plan. Yo no soy muy dada a disfrazarme de faralaes, porque mi estilo de nunca ha sido muy saleroso, pero para una vez que iba con una pandilla de gente del sur, en la que todos vestían de lo más apropiado y variado, no quise desentonar. A la mayoría los conocía de otras ocasiones, pero con los últimos que se unieron a nuestro grupo, vestidos todos de corto, como se denomina ese elegante traje masculino de feria, no había coincidido nunca. Cuatro chicos nuevos con los que enseguida trabé una relación muy simpática y divertida.
Simplemente caminar embutida en un estrechísimo vestido largo hasta los tobillos ya se me hizo difícil desde el primer momento, y fue toda una odisea intentar aprender a bailar sevillanas con ellos. La verdad es que alternar de esa guisa estaba siendo para mí el mayor de los trabajos en la última década. Incluso las voluminosas mangas de volantes resultaban un incordio para estar arrimada a alguien charlando de cerca. Porque eso es lo que me gusta a mí, y en cuanto nos entonamos un poquito y entramos en confianza ya empecé a acercarme mucho a Borja. Tampoco es que tuviera que estar haciendo muchos esfuerzos para ligármelo, puesto que él me había entrado con la directa nada más llegar. Y tan alto, tan moreno, con aquel pelo negro recogido en una coleta y ese culo prieto que le enmarcaban a la perfección los pantalones de montar, era para mí un faro en la noche, más brillante que las luces de la portada del real. Así que antes de la medianoche ya estábamos metidos en su coche intentando rematar con una buena faena, todos las emociones que habíamos hecho aflorar con los roces de tanto baile. Tras una tanda de besos lascivos, mordiéndonos las bocas con deseo desenfrenado, sus manos no sabían por dónde meterse en mi estrecho vestido. Mientras yo, que no era capaz de dejar de frotarle insistentemente su entrepierna, temía porque dentro de aquel pantalón tan apretado fuese a estallar un impresionante miembro que luchaba por erguirse y liberarse. Y si ya es complicado tener libertad de movimientos para follar dentro de un coche, por muy de alta gama que sea, vestidos de feria es misión imposible. Por lo que en un ataque de practicidad, frené en seco y le obligué a salir del coche.
—¡Desnúdate! —grité—. ¡Desnúdate rápido y bájame ya la cremallera del vestido que te voy a montar aquí mismo!
Por suerte, además de fogoso, Borja resultó ser un andaluz de lo más obediente y sin ningún reparo para dejar su cuerpo desnudo a la vista de cualquiera y, apoyado contra su coche, lamerme y penetrarme de todas las formas que yo le iba pidiendo. ¡Una feria de lo más excitante! La única pena fueron aquellos maravillosos trajes que se quedaron arrastrados por el albero del aparcamiento. ¡Para la próxima mejor me voy en vaqueros!