Hay que practicar un poco más el amor propio y el egoísmo positivo. Que también hay quererse, y mucho. Como hace Amy LaBelle.

Me metí tarde en la cama porque había estado viendo un par de capítulos de una de las series que a Pablo no le gustan pero a mi sí.  Lo bueno de acostarte después que tu pareja es que la cama ya está tan calentita como su cuerpo, y si además tienes los pies fríos como yo, enseguida consigues entrar en calor al frotarlos contra los suyos. Pues ni aún así él se despierta. Es un hombre que todo lo hace muy a conciencia desde el primer momento. Sin embargo, yo andaba ya un poco desvelada y tras un rato rozando mi pecho contra su espalda, sentí cómo mis pezones empezaban a reaccionar con súbita alegría, incentivada además, por las escenas eróticas de mi serie a las que aún iba mentalmente dándoles una vuelta.

Sin querer molestar a Pablo ni interrumpir su sueño, decidí pasar a la acción allí mismo regalándome un poquito de amor físico.

Ilustración de Francisco José Asencio Ibáñez.

Anduve trasteando a oscuras en los cajones de mi mesilla hasta que encontré mis juguetes más silenciosos y di comienzo a mi ritual de caricias previas al uso de los mismos. Ganas no me faltaban y tener a mi compañero respirando y dándome su calor al lado, me excitaba mucho más. Empecé a pensar en cómo se lo contaría al día siguiente para que lo pudiéramos utilizar ambos como un juego sensual antes de enrollarnos. Y, entre las imágenes que de la pantalla se habían trasladado a mi cabeza y la ilusión de pensar en Pablo empalmado cuando le fuera contando cómo me había estado yo tocando mientras él dormía, me puse a cien. Aproveché mi dildo de cristal, suave y ergonómico, para disfrutar sin hacer ruido alguno, aunque hubo un momento en el que temí que los sonidos propios de mis fluidos, al roce rítmico con el juguete, pudieran despertar a mi acompañante.

Pero no.

Pablo cambió su postura y se quedó descansando con el rostro hacia mí. Me vino de perlas tener su boca tan cerca porque empecé a pasar mi lengua por sus labios suavemente, mientras le sentía estremecerse en sus sueños. ¡Qué divertido me estaba resultando aquello! Dejé de lado mi estimulador de clítoris y pasé a utilizar solo mis dedos para conseguir mi orgasmo. El calor me hizo sudar y el placer jadear. Pero el juego de acallar todas las placenteras sensaciones que me iba otorgando en aquel rato de amor propio me obligaba también a silenciar las risitas que me asaltaban constantemente. ¡Y mi novio tan feliz durmiendo a mi lado! ¡Cuánto le iba a gustar escucharme detallárselo después! Llegué a mi momento de máxima excitación y aún así, continué un rato más con los dedos entre las piernas, acariciándome por fuera y por todo mi interior mojado.

El sueño terminó por invadirme y desanclé mis manos para relajarme y dormir.

La próxima ocasión en la que Pablo y yo enredemos nuestros cuerpos, mis ratitos de amor propio contribuirán a que los dos disfrutemos del sexo con más pasión, por el conocimiento que voy adquiriendo de mi propio cuerpo, por el añadido que susurrarnos estos momentos privados de cada uno puede darle a nuestros preliminares, y quién sabe por cuántos motivos más. Por eso reivindico más amor propio, ¡mucho más!

 

 

 

 

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