Yo siempre había estado convencida de que Jaime era homosexual hasta que en una noche de fiesta con amigos no nos quedó más remedio que hacer noche y compartir cama en casa ajena. Entonces, de repente, la duda empezó a apoderarse de mi cuerpo, necesitado de un buen revolcón cuando, estando agarrados por el frío y la falta de mantas, en la posición de la cucharita, comencé a sentir en mi trasero algo duro que me rozaba insistentemente.
La verdad es que en un primer momento, pensé que estaba siendo una reacción totalmente involuntaria, o incluso fruto de mi imaginación por el exceso de alcohol, por lo que tampoco era conveniente entrar al trapo y saltar como una leona en celo.
Pero como aquella sensación era cada vez más intensa, e iba acompañada de una profunda respiración en mi nuca, no me quedó más remedio que girarme en la cama y preguntarle abiertamente sobre lo que estaba pasando. Y entonces fue cuando me dijo que él siempre se había sentido atraído por ambos sexos y que yo le gustaba mucho como mujer.
– Podrías ser mi novia esta noche. Ahora estoy soltero y sin compromiso, como tú. Podríamos jugar a querernos apasionadamente bajo las sábanas. Yo ya estoy preparado.
De primeras, y con su boca tan cerca, no daba crédito a la propuesta a la vez que mis ojos se iluminaban de alegría. Desde que nos conocimos, hacía ya varios años, a mí me había dado mucha pena que tuviera novio porque Jaime estaba muy, muy bueno. Un chico alto, deportista y vegetariano, con una musculatura digna de ser reproducida por un escultor clásico y ahora resultaba que era totalmente aprovechable por el género femenino, y más en concreto por mí. ¡Una pena estar en el sitio justo pero en el momento equivocado! Si aquello hubiera sucedido al principio de nuestra relación, yo habría aprovechado una oportunidad como aquella. Sin embargo, después de varios años siendo buenos amigos, no vi nada claro pasar al “nivel follamigo” con él. Una amistad demasiado interesante como para estropearla por una noche loca.
Además, igual también él había tomado más copas de la cuenta y no había calibrado bien lo que me estaba proponiendo. Y ya os digo que es algo muy difícil de decidir en los escasos minutos que pasan entre que tus hormonas se revolucionan y aplauden pero tú consigues dominarlas, controlando que tu cuerpo vuelva a su estado de descanso asumiendo que eso es lo mejor. Así que le expliqué con calma que, seguramente, no iba a ser nada divertido a la mañana siguiente y que iba a ser más cómodo para los dos seguir como hasta aquel momento, sin roce carnal.
Y estoy contenta. La mañana siguiente, se la pasó arrepintiéndose y disculpándose por su osadía. Ahora por supuesto, seguimos siendo tan amigos como siempre. Han pasado ya unos meses y alguna vez que ha salido el tema entre Jaime y yo, los dos hemos estado de acuerdo en que no hacerlo fue lo más adecuado. Y hemos hablado mucho de mi sorpresa al conocer su bisexualidad, y reflexionado juntos mucho también acerca de los límites que aún ponemos a la sexualidad, cuando lo único que debería interesarnos es si una persona que nos atrae se siente atraída por nosotros, independientemente de su género, para decidir si pasar a la acción con ella o no.
Demasiadas barreras las que aún seguimos levantando y que nos impiden disfrutar de los placeres del sexo.